
Era uno de esos días en los que lloraba como una Magdalena. Ya le había ocurrido varias veces. El dolor era el causante de todo, parecía sepultado, pero en realidad sólo estaba escondido en un lugar secreto, preparándose para morderla, listo para el ataque. Aquel atardecer, estaba sentada en el césped del jardín detrás de la granja, cerca del estanque. Había algo especial, algo tranquilizante en quedarse mirando a las ninfeas que flotaban sinuosamente en la superficie como en una danza. Pero el llanto la sorprendió otra vez. Se acercó un poco más al agua, inclinando el cuerpo, su largo pelo casi acariciando las flores mientras algunas lágrimas caían en el estanque. Miró al agua sin reconocer su propio reflejo, identificándose entonces con uno de esos sauces llorones plantados en la orilla. En el estanque también había manchas de colores como las nubes rosadas en el cielo medio nublado de ese atardecer. Desearía hundirse allí, mezclándose con los azules y los verdes desapareciendo de manera que nadie pudiera dar con ella. Por siempre jamás. De pronto se acordó de una expresión de un famoso poeta “Dale palabras al dolor. El dolor que no habla susurra al corazón oprimido y le dice que se rompa”. Pero ahora las palabras, sobraban en este lugar encantado, no las necesitaba. Sin embargo, las palabras llegan cuando quieren y de hecho alguien estaba hablando, o así le pareció a ella: <Mírame por favor. No llores y escucha. Por la tarde me hundo en esta agua sucia, pero al amanecer nazco sin impurezas para lucir mi mejor traje rosado, con hojas verdes y, puede que tú no lo sepas, pero también tengo piernas. Bueno, sólo una, pero larga y bonita, un tallo que se hunde en el barro del estanque y que me atrapa en el fondo. Aquí bloqueada, sin poder ir a ningún sitio. Tú no eres yo. Tú eres libre. >
Así que levantó la mirada. El sol poniente aparecía y desaparecía, jugando con los colores y las sombras. Quizás debería regresar a casa. ¡Pero aún no! Tenía que disfrutar de los colores. El agua y el cielo reflejándose uno en el otro. Y ella reflejándose en la ninfea, cortó el tallo que la bloqueaba y empezó a dar palabras a su dolor.
Raffaella Bolletti
