Dentro del cuadro

CLAUDE MONET (1840-1926) Ninfeas beues – Musée Marmottan

Abro de nuevo los ojos e intento concentrarme en los colores. Desde aquí puedo ver los azules del cuadro flotando en la pared frente a la cama. Veo todo borroso a causa del intenso resplandor que reina en este lugar y que me obliga a abrir y cerrar los ojos continuamente. De tanto parpadear se me caen las lágrimas lo que no me impide, en este blanco y húmedo ofuscamiento, reconocer los trazos de nuestro lienzo preferido, las Ninfeas Azules de Monet. Me digo que ahora la tarea consiste en concentrarse. Por eso me esfuerzo una y otra vez en rotar la mirada a pesar del dolor agudo que me atraviesa las cuencas oculares. Por otro lado, si quiero despertar es necesario que entre en el paisaje. Aprieto el entrecejo como si desde el tercer ojo pudiese lanzar una especie de rayo telescópico con el que develar las formas sumergidas en las oscilaciones del estanque. Pienso en ti Blanche, eso está claro, y en la hijastra del pintor que llevaba tu nombre y que fuera también nuera y discípula. Imagino sus furtivas pinceladas, las esquirlas de luz que con ardor filial derramaba desde sus pupilas en la ceguera del viejo pintor. Trato de enfocar la fosforescencia de nubes reflejada en el agua. Vuelvo a parpadear. Me pregunto si los que entran y salen de esta pieza se detienen alguna vez delante de la tela. Si conocen la antigua sacralidad del loto azul, el poder de las guirnaldas florales que acompañaban el viaje de los faraones al más allá. Si acaso alguien se pregunta por la obsesión que pueden desatar los nenúfares en la visión temblorosa de un anciano, si han jamás sospechado de nuestra tardía, reservada pasión. Los pensamientos me asaltan mientras intento concentrarme en los colores. ¿Quién es más ciego, el que ha perdido la vista o el que mira sin ver? Pienso en ti Blanche, mi bien amada, te veo envuelta en el follaje de Giverny ¿es recuerdo o ensueño? Y pensando en ti fantaseo con las ninfas, espíritus acuáticos que ambos sabíamos ocultos bajo el fulgor lechoso del estanque y que, en el intenso resplandor que hoy me rodea, intuyo cada vez más cercanos. Vuelvo a rotar los ojos, otra vez y otra vez, intento orientarlos hacia los violetas, el índigo, los cobaltos. En esta enceguecedora claridad observo el cuadro. ¿O es solo la emoción aflorando como flor de loto en mi memoria? Decía, despertar es penetrar el paisaje. Por eso abro y cierro los ojos, aunque haga mal, aunque duelan las órbitas y se llenen de lágrimas. Para entrever por fin, bajo el ramaje invertido de los sauces, las formas de las divinidades danzando en torno a Blanche que ahora avanza cubierta de guirnaldas. Blanche que me extiende los brazos y me arrastra en el azul profundo del estanque, mientras al pie de la cama alguien solloza y una voz monótona repite que es común en los estados comatosos la espontánea actividad ocular.

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Adriana Langtry