
Era un día frío y nublado, el viento azotaba los juncos al lado del río y levantaba en el aire pequeñas gotas de agua. Ana iba andando despacito con su perro, un setter inglés blanco y negro. No encontró a nadie hasta cuando llegó a su sitio preferido, una curva del río que formaba un refugio perfecto ya que el viejo árbol, poderoso, con sus ramas desnudas, escondía la vista desde el sendero.
Tras acomodarse sobre su roca preferida que tenía un apoyo natural para los riñones, se dio cuenta de que, al fondo del sendero, un hombre pintaba su tela, apoyada en un caballete. Ana quedó un rato mirándole y luego decidió acercarse al hombre y, sin hacer ruido, se paró a su lado, pero detrás de él, de manera que el hombre no pudiera verle mientras ella observaba sus pinceladas capaces e intensas. Estuvo mirándole; le gustaba observar a las personas y él tenía un aspecto familiar. El perro seguía buscando olores y pasó bastante tiempo antes de que volviera y se echara cerca de ella.
En fin el hombre se dio cuenta de su presencia y le sonrió; su mirada era dulce como el terciopelo, el pelo largo, movido por el viento, un color castaño con los hilos de plata como reflejos del sol. Ana quedó encantada, sin emitir un sonido, acunada por el sentimiento de amistad, quizás de amor, que el hombre le inspiraba. Le vinieron a la mente recuerdos de su juventud; otro día, otro río, su primer enamorado. Jordi era un joven tranquilo, un estudiante riguroso, que la hacía sentir como a una reina y Ana pensaba que habría sido para siempre. En cambio, el joven, que era muy religioso, la dejó para entrar en el seminario y seguir su vocación. Ana sufrió muchísimo y, a pesar del tiempo que pasaba, de los hombres que conoció, nunca se atrevió a formar una familia, siempre pensando en su amor perdido.
El sol se asomó a través de las nubes, calentando el aire. El perro, cansado por la inmovilidad, ladró, rompiendo la burbuja del silencio. Ana y Jordi se acercaron el uno a la otra, miraron cada uno en los ojos del otro, y como un relámpago en las noches de verano, se encontraron, dos almas perdidas que finalmente miraban juntas al futuro, un regalo llegado del cielo, un nuevo inicio.
Elettra Moscatelli
