
Me llamo Pablo, tengo doce años y como dice mi papá citando a su escritor preferido, nací en la ciudad frente al río inmóvil. Papá tiene todos los libros de Mallea, le encanta, también le encantan las mujeres, creo que por eso vamos seguido a Santropé el nuevo balneario de la costanera norte. Yo odio el río, prefiero jugar a la pelota, treparme a los árboles o andar en bici por mi barrio de veredas flojas. Me da asco sentir los pies que se te hunden en el barro, es como caminar en arenas movedizas, como ahogarse en un mar de café con leche. Además está lejos, hay que tomar mil colectivos, además no sé nadar. Ahora las mujeres usan malla de dos piezas que la tía, que para hacerse la culta no dice malla sino bañador, me dijo que se llama bikini. Creo por unas bombas que tiraron hace unos años no sé dónde. Mamá se pone una bikini de rayitas rojas y blancas y papá le larga un piropo: ¡Negra, estás explosiva! A mamá le dicen negra porque es morocha y la verdad está linda con esa malla que además tiene los colores de mi equipo del alma, River Plate. Yo creía que Santropé era el twist que pasaban por la radio cuando yo era más chico, pero papá me contó que es también una playa francesa. No entiendo qué tiene que ver la costa azul con todo este barro. Tampoco entiendo por qué mi equipo se llama River Plate que quiere decir río playo. Parece todo patas para arriba. Se equivocaron de nombre, lo mismo que los conquistadores que lo llamaron de la Plata de puro codiciosos que eran. Leí en el manual de la escuela que allá por la independencia los barcos ingleses se quedaban atascados en medio del río a causa de los bancos de junco y limo que crecen continuamente. Papá dice que este es un río traicionero, dice también que estamos entre dos fuegos y que si seguimos así las cosas se van a poner jodidas. No sé a qué se refiere, pero cuando miro el río tan ancho que no se ve la otra orilla me pasa lo mismo que cuando vamos al campo y veo por todos lados pampa. Me vienen unas ganas terribles de escaparme, pero nunca sé adónde. Los abuelos en cambio, desde que llegaron de Italia no se mueven de la Boca. Es un barrio al sur, cerca del puerto, de veredas altas y olor a podrido por culpa de las crecidas del río que inundan de café con leche calles y casas. Mi barrio en vez está tan lejos del río que ni siquiera la brisa logra en verano superar la muralla de rascacielos a la moda que están cubriendo la costa. También para visitar a los abuelos hay que tomar mil colectivos y al final terminan cebando mate y contándonos de su tierra lejana. Los abuelos tienen la mirada quieta y borrosa como anclada en el lodo. Y eso me pone triste, y no entiendo al final qué quería decir Mallea, si el inmóvil era el río o esta ciudad.
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Adriana Langtry
