
Todos los personajes del cuadro comparten los mismos espacios, las mismas actitudes y de alguna manera parecen alienados, sin comunicar el uno con el otro. De hecho, la pareja a la derecha ni siquiera se mira a los ojos: el hombre aparta completamente la mirada de la mujer que lo acompaña. Lo mismo que los clientes de restaurantes y bares que, aunque sentados en la misma mesa, miran cada uno a su teléfono, sin hablar entre ellos. En estos días de emergencia me encontré como el Pierrot del cuadro de Edward Hopper – Soir bleu – la tristeza y la inquietud como amigos diarios que nunca me abandonaban. Tuve que dejar los encuentros sociales, las compras compulsivas, los aperitivos, las vacaciones y después de un mes llevando esta melancolía, me di cuenta de que estaba mejor que nunca, como no pasaba desde hace mucho tiempo. Finalmente puedo leer horas sin parar, sin que los compromisos sociales me impidan llegar al tope del cuento, siguiendo hasta que pueda observar como va a terminar. Puedo cocinar todas aquellas recetas que tanta satisfacción regalan cuando veo a mi marido comiendo con gusto y regalándome una sonrisa y un «¡bravo!». Y dedicar el tiempo necesario a la meditación y gracias a esta práctica, observar la belleza de mi imperfección. Ahora doy un significado distinto a los acontecimientos pasados; ya no considero la soledad como una ausencia sino como una experiencia útil, impulsando el viaje hacia el bienestar interior. Como la mujer que atenta mira al Pierrot, advertencia que aclara nuestra situación, un hilo transparente une la ausencia con la expectativa y la falta a que me obliga el Covid se convierte en una oportunidad para el futuro.
Elettra Moscatelli
