La selva

Una palabra mágica, sin duda. 
Ella me recuerda los temores de mi infancia, 
escenifica el decorado mágico de mis primeras lecturas, 
despierta las fábulas que pueblan mi memoria. 

Una palabra mágica, les digo. 
Las imágenes estallan en mi cabeza: 
troncos oscuros alineados en la neblina, una verde alfombra que, a veces, vio teñirse de azul; 
bronces, dorados, marrones, infinitas variaciones de colores que toman los árboles en otoño; 
los caminos majestuosos como las catedrales cuando los abetos nevados bordean el camino solitario.

Magia musical, sobre todo. 
¿Quién no conoce los temas románticos, oscuros y maravillosos de la música de Richard Wagner? 
En el corazón del bosque de los orígenes, los dramas más angustiantes y los amores más locos nos sumergen: 
La muerte de Siegfried,  la Cabalgata de las valquirias, Tristán e Isolda…

Mágica, eso es seguro. 

Dejen que les cuente lo que me ocurrió misteriosamente hace algunos días.
Esa noche me quedé dormido mientras pensaba cómo contar la selva. Las posibilidades se me presentaban infinitas.
Por la mañana, muy temprano, demasiado temprano, me desperté ansioso. 
Tenía una cita con un tal “Van de Hoestijn”, el nombre está grabado en mi mente.
¿Quién puede ser? ¿En qué empresa trabaja? No lo sé. 
Me vuelvo a dormir un momento, pero me despierto inmediatamente. 
¿Por qué está cita? ¿Qué tengo que hacer? Una consulta, probablemente, era por trabajo.
Estoy hojeando mi agenda, veo que un poco después me espera otra cita, está subrayada, pero no puedo leer el nombre, está demasiado oscuro. 
Me siento perdido, completamente desconcertado. 

Estoy en la inmensa selva indescifrable de mi memoria.

Jean Claude Fonder