
En esta habitación siempre hay gente distinta y esperando. Caras nuevas que hablan, alguien contando su historia, verdadera o no, la historia que transcurre por sus venas, la historia de sus días.
Algunos escuchan con atención a los que hablan, otras con hastío miran el reloj, otras veces no se puede escuchar sino llorar, alguna que otra vez uno puede hasta reírse, se entablan conversaciones y se cuentan cosas.
Y yo recuerdo aquellos días en los que iba al campo, un día de esos en que el verano te premia con un ligero viento fresco, una brisa que reconforta y aparece la sensación de respirar de verdad, el aire te recorre con su suave nube y tú sabes que estás vivo y ya el tiempo tiene otra medida. El ritmo adecuado para que crezcan las flores, la higuera, la uva, tiempo para recoger una cosecha completa, hay que esperar, todos esperamos a recoger la cosecha final.
Delante de esa habitación todos esperamos y él ve como sucede el tiempo para todos y prescribe si la cosecha será buena o no y hace su diagnóstico y sabe si hay que esperar o ayudar de alguna manera al tiempo para que la cosecha sea mejor, sea más fácil de recoger y se recoja en el momento adecuado.
En mi caso él me hace sentirme segura, me hace sentirme segura el que él recorra un poco de mi tiempo, son pocos minutos al mes, ¿cuántos duelos habrá tenido que recorrer? ¿Cuántos no han vuelto a regresar a por sus recetas, a su análisis anual? ¿Cuántas veces el duelo es el de una niña o el de un anciano? Nunca nos preguntamos por los duelos de aquellos a los que no tenemos que avisar cuando llegue la cosecha final. El médico se va a enterar solo cuando tú no vayas más y a la enfermera le pasará igual, ellos tienen un tiempo mínimo para los duelos. Nosotros una sala de espera llena de suspiros.
Pensándolo bien todos se enterarán cuando ya no te vean más y entonces comienza el duelo de cada cual. Y el silencio largo se queda entre dos palabras y duele.
Gracias por llenar mi espacio con tus tiempos.
.
Blanca Quesada
