
Sucedió al medio día, cuando reunidos en círculo perfecto construido con retazos de nuestras vidas, Sofia, Francois, Emma, Antonela, Verita, Constantino, Eligia, Mariola, Aurelio y yo Zabulón, recibimos al ladrón que a traición había entrado por la ventana revolcándonos el alma: “teníamos que abandonarlo todo”.
Consternados, constatamos que alrededor los colores habían desaparecido hasta de nuestras propias pieles y reinaba el negativo de una fotografía antigua. Cundió el pánico…
— Es una realidad. La última en salir seré yo, — proclamó Sofía, guardiana angelical del “bosque encantado” y sabedora de los secretos sellados en maravillosos dibujos que llamamos letras, que sobreviven milenios de hecatombes.
— Nadie abandonará el barco, rechacemos al enemigo, —protestó firme Constantino y Antonela valerosa se ofreció a enfrentarlo sola.
— Estamos perdidos. Ahora qué va ser de nuestras vidas…, exclamó Mariola en un mar de amargura.
Aurelio, buen líder y con luz propia, llamó a la calma en un momento donde las palabras retumbaban, se nos enredaban y nadie entendía nada…
— Ya no hay tiempo. En segundos el acceso será clausurado. Aquí no volvemos, —sentenció Verita.
… Uno a uno nos fuimos levantando cabizbajos, con excepción de François y Emma quienes ofreciéndonos emblemáticas sonrisas de tranquilidad y calma, guiaron cada paso nuestro hacia la salida, un túnel sin tiempo que penetramos, desembocando al instante en un nuevo mundo… Un espacio asombroso inundado de colores entrelazados… los amarillos azafrán, maíz, limón y oro con los rojos cadmio, remolacha, indio, rosa, fucsia, rubí, terracota, azules cielo celeste, jade, turquesa, púrpura violeta, naranjas, verdes bosque, esmeralda, lima, manzana…
Estaban todos. Una música celestial nos envolvía.
Nuestro mago alquimista y su sacerdotisa nos dieron la bienvenida:
— Les presento la nueva sede. Ella sigue siendo nuestra segunda casa y está a sólo diez pasos de la mía…
— En incontables ocasiones, había soñado lo mismo…
Olmo Guillermo Liévano
