
Este año todavía no han llegado los vencejos a Milán.
La gente pasea el perro, se tira al césped gozando del sol, charla con los amigos: parece que yo soy la única que se da cuenta de que quizás hay otra preciosidad para apuntar en el libro de las pérdidas.
Es que hasta cierto punto las cosas de la vida cambian: cambias de amigos, de coche, de trabajo, de pareja. Pero llega un momento en el que dejan de cambiar y simplemente se pierden, dejándose atrás un sentido de privación que nunca se acaba.
Porque es verdad lo que dice ese refrán chino, que la vida es como una cebolla: se desprende un trozo a la vez y algunas veces se llora.
Será por eso que sentimos tanto lo de Notre Dame de Paris, aquellas hermosas agujas que todos tuvimos la ocasión de admirar al menos una vez en la vida devoradas por las llamas de un descuido culpable y evitable. Otra cosa hermosa apuntada en el libro de las pérdidas.
Ahora dicen que han recogido mucho dinero, que se va a reconstruir dentro de poco tiempo.
Quizás sea verdad.
Y quizás, también vuelvan los vencejos a Milán.
Silvia Zanetto
