
La mayoría de los autores que participan en esta revista han colaborado a la creación del libro:

Una bella pareja como tantas otras, se acercaba sobre la arena de un mar azul, pero con pequeñas olas blancas, ella llevaba un vestido con crinolina, se protegía con una sombrilla inmaculada; él, canotier en la cabeza, llevaba un pañuelo blanco sobre una chaqueta estival oscura. En los hoteles del dique, como verdaderos palacios, ondeaban las banderas de todos los países. En este comienzo de temporada, la brisa salada, algo de fuerte, transportaba un poco de arena para lastimar mejor mi cara ya bronceada.
Al final del paseo, distinguí por fin una pequeña hilera de muchachas que ondulaban ocupando todo el ancho de la acera. En el centro, como para dirigir la pequeña tropa, mi Albertina, de chaqueta azul sujeta por dos grandes botones blancos, empuja una bicicleta, con una amplia sonrisa. Desde aquí se oían sus pequeños gritos que surgían en medio de las cascadas de risas que estallaban a cada momento. Sin preocuparse por nadie, avanzaban decididamente obligando a los demás a contornearlas.
Pronto se me unieron, y se amontonaron a mi alrededor; cada una quería besarme, pero yo me retuve, quería abrazar primero a Albertina.
Albertina, no lo sabía todavía, pero iba a tener un papel muy importante en mi libro. El libro de mi vida. En busca del tiempo perdido.
Estábamos en Balbec en Normandía, con mi abuela, pasábamos las vacaciones allí, y los recuerdos que guardé de ese período los he contado en un volumen que publiqué después de Por el camino de Swann, lo llamé A la sombra de las muchachas en flor.
Por supuesto que no me llamo Marcel, pero cuando veo el cuadro de Monet, Paseo en Trouville, solo puedo evocar la obra de Proust que me ha marcado tanto y que he releído tantas veces.
Quizás debería haberle contado lo que usted habría visto en Ostende sobre el dique como lo llamábamos cuando pasaba allí mis años de infancia.
El dique que domina la playa, en cierto punto es de 10 metros y está al mismo nivel en otro; es muy amplio y largo, muchos se pasean en cuistax, una especie de coche de 4, 6 e incluso 8 plazas donde cada pasajero está equipado con pedales. Por un lado, se domina una playa inmensa, sobre todo en marea baja, donde la arena dura es tan ancha que se pueden crear allí verdaderos campos de deporte; la arena fina está surcada con cortavientos para que los veraneantes que toman el sol casi sin ropa puedan hacerlo sin sufrir demasiado. Frente al dique, bordeado por restaurantes, bares, y sobre todo pastelerías que difunden impunemente el olor tentador de las crepes y los gofres, que gozan aquí de una merecida fama.
Encontraréis, por supuesto, una hilera de muchachas en flor, que estarán sin duda más desvestidas, pero no sé si seréis seducidos por sus encantos impresionistas y en vuestro sueño despierto oiréis la pequeña frase de Vinteuil.
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Camille mira lejos, muy lejos...el cielo, de un celeste sutil, sembrado de blancas nubes que parecen preñadas de luz, se pierde en la distancia.
El mar, de un dulce azul tiende al morado cuando se acerca al horizonte.
Camille, cubierta por un quitasol que la protege del presente, fija su mirada lejos, muy lejos de ahora. Con calma, sus ojos miran más allá del ahora. Camille se interroga sobre el futuro. Es allí donde se fija su mirada.
¿Qué alcanza a ver Camille?
¿Tal vez distingue algún drone invisible para los otros paseantes o se interesa por alguna Inteligencia Artificial?
¿Alcanza a ver una IA capaz de crear un paseo de Monet un siglo después que el pintor abandonara playa y flores...?
A su lado un joven, tal vez es Oscar, tratando de ver lo que ella ve.
En el horizonte ella ve guerras donde los hombres se matan, unos dicen defender ideales, otros hacen negocios financiando armas y apoderándose de los despojos.
Nada nuevo, en todas las guerras ha sido así.
Pero...
Tal vez ella alcanza a ver el tiempo en que muchos hombres y mujeres silenciados por los poderosos, se unen, forman una cadena de manos entrelazadas y cambian el futuro. Tal vez ella alcanza a escuchar los versos de uno de ellos que dicen:
Soy nacionalista y patriota
Eso soy
Mi nación se llama Humanidad
Y mi patria, mi tierra
Es la Tierra
Toda la Tierra.
Oscar, mirándote a ti, paciente lector, agrega:
— ¿y por qué no? El futuro también depende de ti.
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Mi paseo marítimo
Aquel día que parece lejano tenía que contarte lo que pasó hace unos meses. Pero nunca hubiera pensado escribir aquella carta, ni me imaginé que a ello se llegara. Nada más leerla, te fuiste dejándome triste y absolutamente inútil, sin ninguna posibilidad de explicarme. De todas maneras, yo sé dónde has ido a refugiarte y, por lo tanto, desde hace unos días he venido aquí, a este lugar. Cada mañana al despertar, miro el mar y el cielo con sus diferentes azules perdiéndome en cada ola y en cada nube. Después de un rato salgo para dar un paseo por la playa esperando toparme contigo. Este paseo marítimo, a pesar de todos mis problemas, me transmite tranquilidad. El color del cielo medio nublado me hace pensar en tus ojos azules que parecían modificar el color al enfadarte o al ponerte triste. Estoy aquí, en la playa, siempre a la misma hora, no por casualidad, sino por desesperación y con la sensación de estar atrapado en una rutina. Tengo muchas preguntas, al igual que imagino las tienes tú, y necesito respuestas. Pero no sé si de verdad espero que algo ocurra, o que deje de ocurrir. Cada día espero a que la gente llegue al paseo marítimo deseando encontrarte. Hoy hay un viento suave que hace ondear las banderas de los hoteles, está el cielo medio nublado y el mar con pequeñas olas. Por fin en este momento, al mirar a las señoras con sus sombrillas, puedo verte; no estás lejos, estás en compañía de un hombre que creo haber visto antes; pareces feliz, hablas con él y sonríes. Claro está que no puedo oír tus palabras, apenas llegan las risas de los niños, el ruido de las olas lo cubre todo. Ahora lo entiendo, no quiero inculparte sin reconocer mínimamente mis propias culpas. Aquí hay aire, cielo, olas, arena fina, no quiero quedarme en la tiniebla que me rodea y que está llena de tu perfume, tengo que respirar, aprovechar, saborear este olor a mar, dejar que la sonrisa vuelva, ya no quiero explicarte nada. Me digo a mí mismo que no tengo que hacer preguntas, tengo que disfrutar de la vida porque sólo llega una vez. Pero yo soy así, condenado a observar, buscar, preguntar para comprender. Entonces mi corazón permanecerá aquí, mirando este maravilloso paseo marítimo y pensando en ti.
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Yo: soy de oro y mil colores y reflejo la luz por cada una de mis aristas como el brillante más puro de la tierra. Porque si la vida quiso que mis vértices se volvieran romos, no permitió que la luz me abandonara, sino que la multiplicó para que yo siguiera entregándola.
La luz: soy el rayo que no cesa, el alma de las cosas. Todo eso soy y más aún, pues contigo comienzo el día y contigo lo acabo también, sólo que tú terminas cayendo en un sueño profundo que he aprendido a recoger como he recogido tus pasos, tus penas y alegrías para que no olvides que existo. Así sabrás recuperar el camino andado.
Yo: soy la cosecha tardía de una vida. No soy el Tempranillo de las viñas sino una uva moscatel calentada por un sol de otoño que da su mejor fruto, como una ofrenda postrera a la vida que fue y es. Soy mejor que los caldos exquisitos, mejor que los barriles de roble en los que han envejecido.
La luz: soy principio y fin, todo y nada, el alfa y el omega. Porque soy y no soy al mismo tiempo. Nací en los orígenes inmemoriales de la tierra y con ella fui una. Misterio de lo visible y lo invisible, soy la presencia que te envuelve y el vacío que sientes cuando, como la pluma, te dejas arrastrar por las tolvaneras de la vida. Pues soy gota y océano a la vez.
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Estamos aquí, desmesuradamente lejanos, aunque parecemos una de las muchas parejas de vacaciones, andando por el Paseo Marítimo de la Playa de Trouville. Inevitablemente muda, yo me siento como si todas mis palabras no dichas ensordecieran en mi cabeza.
“Qué día maravilloso, ¿verdad?” me pregunta Nicolás. “¡Ha sido una buenísima idea venir aquí! Mira qué luz, y cuantos visitantes… ¡Es verdad que he elegido uno de los destinos vacacionales más de moda ahora!”
En cambio, yo tendría que pedirle perdón por una culpa que me destruye, y que al mismo tiempo no sé comprender… Pero, ¿cómo puedo hablarle de esto ahora? ¿Sería correcto destrozar su alegría, mientras mira el paseo marítimo y toda la serie de personas que se deslizan hasta el fondo, feliz de estar aquí, feliz de estar conmigo? Mi vestido blanco, igual a los de las otras mujeres, me parece como un disfraz de inocente, los parasoles y los sombreros blanquean todas nosotras, pero yo me siento una mujer vestida de rojo.
“¿Nos aproximamos a la playa, Francisca? Con tanta calidez y luminosidad, me encanta acercarme al mar, tan azul… ¡Y mira el reflejo del sol en el agua! Además, me encanta este cielo celeste. Las nubes se están yendo…”
Estamos en la playa, mirando la línea del horizonte, todos parecen felices, yo también lo parezco, aunque no lo soy. Es que yo no te quiero, Nicolas, nunca te he querido. Pero soy capaz de fingir, como logro parecer una de las turistas alegres, vestidas de blanco…
Mis palabras serían piedras, cuchillos, lamas envenenadas. Me dan miedo, me hacen sentir culpable…
“¿No estás bien, Francisca? ¿Estás tan silenciosa…Quieres volver a descansar en el hotel?”
“Pero, ¿Qué dices, marido mío? Estoy bien, solo un poquito cansada… Además, estamos en un lugar maravilloso… ¡Me encanta pasear contigo!”
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Trouville
Normandía
Paseo
Hoy el protagonista es el viento; el sol se asoma entre las nubes; el mar es tan imprescindible como inalcanzable. Tan variado como inmutable.
Es un día hermoso y mucha gente pasea por la playa. Aparte de los veraneantes habituales, noto que hay un hombre extraño: de frondosa barba y con un caballete. Lo veo trastear con sus colores.
Pinta al aire libre, algo novedoso, mientras nosotros disfrutamos de nuestro tiempo.
Un instante detenido en el tiempo, eso es lo que intenta capturar.
Soy una parisina de vacaciones, elegantísima. Un blanquísimo parasol me resguarda de un sol impertinente, capaz de mancillar mi piel nívea como mi vestido y evita ese bronceado grosero que tan poco conviene a su delicadeza.
Un caballero me acompaña del brazo, quizás un amigo, un esposo o un pretendiente. Nunca lo sabrán.
Tú no sabes quién soy yo, pero en ese momento, en esta playa, fuimos felices.
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Vi el mar por primera vez a finales de los años 50.
Caorle era un pueblo de pescadores que tenía una historia muy antigua. Su campanario torcido databa del año 1.000. Dos largas playas de arena fina y clara se asomaban al mar Adriático.
El paseo marítimo no existía. Solo había una carretera con un muro bajo. Lugar ideal para pasar las tardes charlando hasta el anochecer. No había hoteles ni balnearios. Las pocas sombrillas en la playa eran de los turistas, generalmente alemanes.
Nuestra familia se alojaba en la casa de la señora Provisoria, una mujer gordita y siempre alegre. ¿Cuántos éramos? Una multitud de todas las edades y tamaños.
Pera hacer frente a las horas de calor, habíamos construido una gran cortina uniendo dos sábanas y fijándolas a la arena con estacas de madera.
Desde la distancia parecíamos una tribu Tuareg en medio del desierto.
Una característica típica de estas playas de arena fina era que, durante las horas de más calor, se podían notar extraños montículos bajo los cuales emergían inquietantes cabezas protegidas por sombreros de paja.
¡Eran los temerarios de los baños de arena!
Por supuesto no había cabañas, pero mi ingeniosa familia había construido una práctica y ecológica. Con una larga sábana cosida por un lado y una banda elástica que cerraba la parte superior, los adultos se metían y, demostrando una cierta habilidad acrobática, se cambiaban el traje de baño. Maniobra que no siempre tenía éxito despertando las risas de los espectadores.
La vida de los niños era libre y feliz. Cada día a las tres llegaba el hombre del carrito de helados cantando ¡10 liras por un ovillo! Algunas tardes íbamos a comer a los Casoni, construcciones de paja donde los pescadores guardaban sus herramientas. Pescado a la parrilla, polenta, vino y un acordeón.
Últimamente fui a Caorle. El casco antiguo es aún más bonito, las casas están todas pintadas de colores brillantes y llenas de flores. La llaman la pequeña Venecia y hoy en día es una linda ciudad costera moderna y ordenada como otras que tienen vistas al mar Adriático.
Solo su hermoso y torcido campanario la distingue de las demás.
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