Isla grande

Subimos a la piragua, una canoa típica, y nos adentramos en las aguas densas y limosas de la ciénaga. La brisa acariciadora atenúa el calor del trópico y, a medida que nos deslizábamos hacia la isla grande, mecidos por el ritmo de los remos, se hizo un silencio de siesta, roto sólo por tal cual pez saltarín que se zambullía aquí y allá.

Desembarcar en la isla requiere destreza de parte del canoista, pues los embarcaderos cambian en base a las anegaciones periódicas, según el régimen de lluvias.

La casa está en la falda una colina, es fresca y con una vista amplia sobre la laguna dorada del atardecer. Se ve galopar una manada de caballos en la orilla, casi salvajes, con las crines al viento. Me invade una sensación de libertad y entiendo por qué el antiguo propietario de ese paraíso quiso que su corazón fuera enterrado en la cima de la colina.

Maria Victoria Santoyo Abril

La isla de los enamorados

Había llovido el día anterior, así que el aire estaba seco, el cielo azul muy claro, algunos cúmulos se escondían detrás de las montañas, la primavera entraba por la ventana cargada de perfumes embriagadores, la naturaleza se despertaba. Mónica miraba el lago azul grisáceo que rodeaba la pequeña isla y que revelaba sus misterios ante ella.

María, su hermana mayor, le había contado que la llamaban la isla de los enamorados. Más que una isla, era un islote rocoso cubierto de un poco de verdor, arbustos, la mayoría de follaje perenne cuyos variados tonos de verde se asociaban con felicidad a la piedra rosada de las rocas. Había muy pocos espacios abiertos. Se preguntaba cómo podría esconderse y cómo se hacía para desembarcar.

María contaba que hace mucho tiempo un joven guapo se había refugiado allí para huir de los perros que un mal padre, un rico comerciante, un propietario, había soltado contra él. Era un pescador que trabajaba en el lago, y un día la hija del comerciante, también joven y muy bella, le había pedido que la llevara al burgo vecino, al otro lado del lago. Unos meses más tarde, ya no podía disimular el tamaño de su vientre y la pesadez de sus pechos. El joven no dudó y fue a la tienda del padre para asumir sus responsabilidades.

Nunca se lo volvió a ver, pero algunos afirman que se pudo haber observado a un hombre casi desnudo que se escondía detrás de los arbustos de la isla. Desde entonces, la leyenda de los amantes que vivían en la isla salvaje alimentándose de bayas y de lo que podían pescar por la noche en el lago, se difundió cada vez más. Y ya no se pueden contar los episodios que las mujeres contaban susurrando en las cocinas cuando los hombres estaban ausentes. Un par de amantes prohibidos, otro joven guapo como un dios, una cortesana demasiado fácil que deshacía las familias, una bella joven virgen a la que se quería sacrificar en la cama de un horrible viejo rico, todos se imaginaban historias que poblaban la isla de sueños románticos.

Mónica, preguntaba, escuchaba, quería saber siempre más. Aquel día, acostada en el lago, tomando sol bocabajo se había quitado la parte superior del bikini y miraba con atención la isla, le había parecido ver una mancha más clara. Un hombre tal vez, ella pensó en Pedro cuando en el barco, sin camisa, él arreglaba las redes, le gustaba mirarlo a escondidas. Podría ser él. Se imaginaba con él en la isla, entonces se levantó y sin dudar entró en el agua y con grandes brazadas ella se dirigió hacia la isla, se sentía libre y hermosa. Al llegar cerca de las rocas, vio que eran abruptas y que no había manera de aferrarse para salir del agua, dio la vuelta lentamente, no hay forma de encontrar un punto de acceso, rocas por todas partes como pequeños acantilados, y, sin embargo, ella estaba segura de que había un hombre en la isla, Pedro. Era pescador, quizás con un barco que estaba más arriba, pero no había rastro de barcos. ¿Sus compañeros se lo habían llevado? Pero no, y los demás entonces, los que habían llegado a la isla huyendo.

Mónica empezaba a cansarse, nunca podría volver a la playa de la que había salido. Entonces, de repente, tras la última curva, vio una pequeña cala, también formada por altas rocas, pero estaba muy oscuro y estaba dominada por grandes árboles, probablemente pinos, todos retorcidos, y había dos grandes ramas que bajaban cerca del agua. Se acercó, había un hombre tendido en la rama, estaba completamente desnudo para trepar mejor, ella lo reconoció era Pedro. Y como si fuera un acróbata, le tendió la mano.

Jean Claude Fonder

Fotos

— ¡Vaya! ¡La caja de mis fotos de las vacaciones en las islas! Es increíble lo que puedes encontrar cuando limpias la casa y piensas botar todo lo viejo, lo que ya no sirve… En fin, ¿Desde cuánto no las veía? Claro, son fotografías de viajes que se hicieron hace muchos años, de las de una vez, las que se imprimían y se guardaban como pequeños tesoros…

Isabel se sienta, deja de trabajar y observa la primera: siempre es una emoción volver a ver la imagen de su padre, relajado y alegre, y no tan serio come en su imagen que ella siempre ve en el cementerio. En esta foto en blanco y negro él está en Torcello, cerca de Venecia, su isla favorita, encantadora: muy tranquila, con lindas casas pintadas de colores brillantes, con canales en lugar de carreteras y barcos en lugar de coches. Papá – alto y esbelto, con su pelo rizado y ya un poquito gris – está sonriendo, delante de un complejo paleocristiano: la Catedral de Santa María de la Asunción. A su lado, aferrándose a su mano, hay una niña delgada, con el flequillo demasiado corto y un vestido bonito hecho por mamá… Es Isabel.

La segunda es una fotografía en color: un grupo de amigas que ríen y se abrazan en la playa: están en Fetovaia, una de las más evocadoras de la Isla de Elba, que forma parte de un contexto natural entre arena dorada y acantilados de granito. El color del mar varía del verde claro al azul intenso. Las chicas están bronceadas, poco cubiertas con sus bikinis, Isabel se cubre un poco la boca con la mano, como si estuviera riendo demasiado. Tienen veinte años, más o menos: Ana, la de pelo rizado y traje de baño rojo, es su compañera del instituto; Paloma, que la está abrazando, es la que estudia con ella en la universidad de Milán; Elena, la del bikini más pequeño, es su amiga desde siempre. Un momento perfecto, de los que no se repiten casi nunca.

La tercera es una foto de otro mundo: la maravillosa imagen de una playa de arena blanca y suave, enmarcada por palmeras tropicales, bajo un cielo que parece pintado. Una pareja joven, con unos anillos muy nuevos en sus dedos, los ojos de Isabel que se pierden en la sonrisa de él, los labios de Francisco que se apoyan en la frente de ella. Están en Mahé, la más grande y particular isla del archipiélago de las Seychelles, donde hay montañas de granito cubiertas de exuberante vegetación, y franjas de tierra que se adentran en el mar como brazos, formando bahías cuyas aguas cristalinas y turquesas brillan bajo la luz tropical. 

Es la primera foto de su luna de miel, una foto que la guía les sacó hace más de 30 años, y hay muchas otras de ese viaje… Isabel pone las fotos sobre la mesa: esta noche las va a enseñar a su marido, que las había buscado varias veces sin éxito. Y sus recuerdos volverán a la isla, bajo las palmeras, en la playa dorada.

Silvia Zanetto

La Isla Secreta

Tomás:

La vida sigue igual que siempre. No me hace caso.

En este momento estoy sentado en un avión, rumbo a Buenos Aires. Pienso en qué puedo decirle a Inés. Aún no se ha enterado de lo que me pasa a mí, de mi enfermedad. Decidí regalarnos este viaje, una auténtica sorpresa, porque ella siempre ha soñado con visitar Patagonia, y yo siempre quise visitar una pequeña isla que se encuentra en el lago Mascardi, en la región patagónica argentina, es decir la isla Corazón. Hay muchas islas con forma de corazón en el mundo, pero ésta es especial, aunque sólo sea por la leyenda que cuenta que dos amantes, pertenecientes a dos tribus rivales, huyeron juntos y para evitar el castigo de sus padres, se tiraron al lago y se dejaron morir. Fue así que nació la isla con forma de corazón. Me pareció perfecta para expresar nuevamente mi amor a Inés y, mientras tanto, buscar las palabras para informarla de la mala noticia. No puedo imaginar lo que va a ocurrir.

Inés:

Tomás sabe que me gusta mucho viajar, pero no me gustan ni los viajes turísticos organizados ni tampoco los cruceros. Así que, después de veinte años de convivencia, cuando me informó del viaje que había organizado, no me lo podía creer, una sorpresa maravillosa. Entonces ahora estamos viajando en avión hacia Buenos Aires y luego hasta el aeropuerto más cercano a la Isla, esa, de la que yo no conozco ni el nombre. Por fin llegamos a destino en una sencilla canoa. Finalmente me enteré de que la isla se llama Isla Corazón, que al revelarse en todo su esplendor, me hechizó. Abracé muy fuerte a Tomás agradeciéndole.

Tomás:

Estoy feliz de haberte regalado este viaje, y te he traído aquí en la intimidad que se respira en esta isla, porque lo que tengo que decir es importante. Por supuesto no soy yo quién decide el destino de esta vida mía, corta, frágil, hecha de un puñado de días. Tengo una grave enfermedad que me separará de ti muy pronto. No es mi deseo entristecerte, sólo quiero que disfrutemos de este lugar y que siempre recuerdes que hay otra isla, invisible, oculta, palpitante, que late rápido o más despacio, dependiendo de muchos factores diferentes entre ellos. Una isla rodeada de ríos grandes y pequeños, flotante, bien escondida. Ahora mismo mi isla late con un ritmo preocupante, me temo que pronto se vaya a sumergir y acabe con su vida. Lo que quiero que sepas es que esta isla ha palpitado por ti y seguirá haciéndolo con todo mi amor. Recuerda siempre que esta isla secreta existe y que esta isla no es nada más que mi corazón. Llévalo siempre contigo, esté donde esté.

En Milán unos meses más tarde

De pronto un viento frío llega desde un cielo lleno de nubes. Me sacude, me muerde con su lengua escurridiza capaz de entrar en la vida de las personas y yo recuerdo… recuerdo… recuerdo una pequeña isla en forma de corazón.

Raffaella Bolletti

El rincón de los sueños 

En el etéreo océano de mis pensamientos, soy un vagabundo errante que navega por islas de ensueño. Cada isla es un refugio, un rincón donde la amigable brisa del mar me acaricia la piel y el murmullo de las olas me susurra secretos olvidados. Mis islas, son esas memorias que atesoro; un mágico rincón donde el tiempo no se mide en horas, sino en instantes.

En unas, el sol resplandece sobre la arena dorada mientras las gaviotas dibujan surcos en el cielo; los días se deslizan suavemente, y la simplicidad de la vida se mezcla con el sabor de la fruta fresca y el aroma de la tierra húmeda. En otras, la vegetación exuberante esconde historias antiguas, ecos de civilizaciones pasadas que aún reverberan en el viento. 

Soy un vagabundo sin rumbo fijo y soy poseedor de un corazón lleno de anhelos. Cada isla me descubre algo nuevo: la fortaleza de la soledad, la belleza de la introspección, la alegría de poder disfrutar de lo efímero… Y aunque a veces, en este mar inmenso, me sienta como perdido, estoy convencido de que la realidad es que cada paso me acerca un poco más a la comprensión de la importancia de lo insignificante.

Cada atardecer, fijo la mirada en el horizonte y agradezco las islas que habito, pues en su esencia encuentro la libertad de ser quien realmente soy: un vagabundo, un soñador que navega por el mar infinito de su propia existencia.

Sergio Ruiz Afonso.

 El bajel

El barco me gustó. Desde fuera parecía hasta más grande de lo normal. Tengo que regresar a Tenerife donde vivo actualmente. La gente aquí viaja con bastante frecuencia entre las islas. Como yo hay personas que viven en una isla y trabajan en otra, muchos son camioneros, bomberos, profesores, etc. 

Había dos ambulancias, ¿traslado por revisión o venían de la DANA o también llamada gota fría? Ahora tocó en Valencia.  La gota fría es el nombre de toda la vida que nos calló a nosotros, los canarios, la primera de ellas fue conocida como el aluvión de 1826. Terrible. Imagínate que nos pase eso y estemos en este barco. Los barcos no tienen cinturones de seguridad, tienen chalecos salvavidas.  

Desde pequeña sé que el mundo es un charco con trozos de tierra por doquier y todos contienen personas, animales, plantas y cosas.

Seguimos con el barco, viejo y sucio, de los que se mueven mucho, estaba sentada en un pequeño sillón con respaldo corto, la cabeza estaba dando sacudidas, la mesa baja y pequeña, redonda, con otro sillón enfrente, al lado el expositor de la tienda del barco, perfumes y chuches. Carísimo todo.

 Yo soy de las que no me marea ni un temporal, el truco es caminar dando zancadas largas o con pies abiertos que es lo mismo, tomar poca sal y líquidos densos. Todos compran papas fritas y agua lo cual es un craso error. 

El barco es un vestigio de la antigüedad. solo había enchufes donde yo me senté. Enfrente tenía algunos pasajeros sentados en filas con sillones, unos rojos y otros grises, con cabezales, diría que muy usados. Debajo de cada asiento, su respectivo salvavidas. 

Los pasajeros estaban rosaditos, de un color casi normal en los extranjeros o pasajeros españoles habituales, a veces también tenemos personas de colores variados como los negros o los hindúes, a esos se les nota menos el cambio de color a lo largo del viaje, ya que normalmente el mar se mueve, o el barco, como en este caso.

Habían cambiado el barco porque el otro tenía una revisión anual de dos semanas, Señores armadores ¿no habría que renovar estos barquitos?

Entre idea e idea que se me pasaba por la cabeza, miraba una película y debido a unos bandazos considerables mis ojos bailaban del mar al cielo.

De pronto me doy cuenta que un señor gordito, de los que comen papas fritas con sal, calvo, que antes estaba rosado y ahora de color indeterminado, miraba fijamente al escaparate de la tienda o a mí, yo estaba en medio por eso no estaba segura de a qué o a quién miraba, era una mirada fija. Seguí escuchando mi película de navidad donde todo termina bien y el único ruido que se escucha es la música, me encanta, por eso me senté al lado de los únicos enchufes que tiene el barco. 

De pronto la película paró. Me levanté manteniendo la estabilidad, como antes les mencioné. El barco subía y bajaba como en una noria. Le pregunte a la azafata por qué se había parado internet.  Me contestó con toda la tranquilidad del mundo marinero (eso es mucha serenidad) que allí no había wifi. Había estado utilizando mis datos, ¡me iba a dar algo! los guardo para las emergencias reales. 

 Todos los barcos tienen wifi, aunque de vez en cuando en medio del mar se corta la conexión. Entre Gran Canaria y Tenerife hay una distancia de 38 millas, equivalentes a 70 km, para que nos hagamos una idea estamos a 70.000 metros entre aguas. En medio del trayecto desaparece la wifi siempre, como en los grandes desastres. 

Pues no me quedó otra que mirar la tienda y volver a mi sitio, otra vez a leer y no te lo puedes creer, pero escuché un ruido gutural, el hombre que yo creía que estaba mirando de forma sospechosa no miró nunca de forma sospechosa, tenía la vista perdida, estaba verde y la azafata le ofreció dos bolsas color marrón, las utilizó. También le ofreció una bolsa con cubitos de hielo para ponerlos en la nuca, son muy efectivos, pero él la rechazó, un error muy grande, echo la bilis. Pidió perdón en italiano a todos los presentes, los demás estaban pálidos, todavía estaban en el mareo de la náusea. Todo llega a su tiempo. Los niños llorando y los demás palideciendo.

Yo, impávida, después de tantos traslados, profesora del gobierno de canarias, mucha suerte tendría si no hubiera sido destinada en más de una ocasión fuera de mi isla. Ahora mi isla son todas.

Los humanos me recuerdan a las hormigas y los dos conceptos comienzan por la misma letra, la “h” ¿no será una percepción del subconsciente colectivo? Viajando y buscando, en constante movimiento, pero en el barco no se mueve nadie, quietos, anclados a sus asientos, ya tiene el barco su propio vaivén.

Voy vestida con un ligero conjunto de pantalón y blusa blancos porque hace un calor de veintiocho grados. Destaco esto porque vi a un señor que tenía el uniforme de la compañía negro de sucio, “mecánico seguro” pensé, ¿y si el motor se para? 

No se paró. Buen mecánico seguro.

Llegué a Santa Cruz de Tenerife media hora más tarde de lo acordado en el billete. a pesar de todo valió la pena, mi coche me estaba esperando en el garaje del bajel, antes olía a brea, ahora no, un detalle considerable.

Imagino a los que viajaban en navíos a algún lugar hace años o siglos ¿sería una fiesta?

Blanca Quesada