Una situación complicada

¡No daba crédito a lo que me estaba sucediendo! ¡Un oficial de la Guardia Urbana como yo! ¡Tirado en medio de la vía pública cómo un indigente cualquiera! Era una situación harto bochornosa y no puedo negar que estaba indignado. ¡No poder entrar en mi propia casa! La situación era del todo absurda además de estúpida.


El problema había surgido al ponerme la chaqueta. Por alguna razón: (tenía prisa) no me detuve a mirar la que elegía y ¡Claro! Escogí la prenda equivocada. Justo cuando estaba cerrando recordé con pavor que era en la otra, la que colgaba del perchero, donde tenía la llave. Demasiado tarde porque ya había cerrado la puerta y en la casa no había nadie. Puertas y ventanas cerradas.  Ningún vecino al que recurrir (Por lo visto todos estaban de vacaciones) Todo cerrado a cal y canto.   Entonces vi cómo se acercaba un taxi que paró unos metros antes de llegar a mí. Unos mozalbetes ruidosos y maleducados se bajaron del vehículo y, dando voces y risotadas, avanzaron en la dirección en la que me encontraba. Impulsado por mi condición de agente del orden, me encaré hacia ellos decidido a darles un escarmiento ¡Y entonces reparé en que tampoco tenía los pantalones puestos! De cintura para arriba era un imponente oficial con impecable chaqueta blanca rematado con un salacot del mismo color. De cintura para abajo un pobre infeliz en calzoncillos. Pronto advirtieron también ellos mi ridícula facha y lejos de amilanarse, empezaron a mofarse y tirarme cosas. Diluida toda mi autoridad miré a mi alrededor con desesperación. Arañé la puerta intentando traspasarla. No tenía lugar donde esconderme. Corrí hacía la puerta del edificio del al lado que en ese momento estaba abierta y sin pensármelo dos veces me colé en su interior.


Demasiado deprisa.

 
En ese preciso momento se estaba celebrando una reunión de comuneros que se quedaron boquiabiertos ante mi irrupción de tal guisa. Avergonzado, continué mi carrera hasta el ascensor y preso de los nervios, pulsé una planta cualquiera. Pero la cabina en lugar de subir, empezó a caer a una velocidad endiablada y justo cuando ya estaba esperando para darme el gran trompazo… 

¡Me desperté!

 Para mí alivio constaté que tan sólo estaba soñando. 


Fue una experiencia horrible. 


Nunca volveré a abusar de comidas demasiado copiosas a la hora de la cena.

Sergio Ruiz Afonso