
Esta mañana, al despertar, no podía creerlo, recordé mi sueño hasta el más mínimo detalle, nunca me había ocurrido. Estaba en China.
Lo primero que hay que saber es que nunca he visitado China. Por supuesto, he visto películas, documentales, he leído libros, novelas antiguas, modernas e incluso contemporáneas, conozco su historia y he visto muchas fotos. Me gusta la cocina, pero creo que en realidad no la conozco. Habría que ir a vivir allí.
Si yo viviera fuera de nuestro capullo europeo que, por otra parte, no sabemos apreciar en su justo valor, creo que preferiría el mundo chino y su cultura milenaria. No hablemos del american way of live, ni de los rusos que en realidad son también europeos, aunque no lo hayan descubierto todavía.
Estamos en un apartamento, dónde no sé, la máquina de los sueños no lo dice. Mi esposa me despierta, es temprano, es de madrugada.
— Huelo a gas, —me dice.
Me levanto medio dormido, reviso los botones de la cocina, todo parece estar bien. Abro la ventana y me refugio en la cama y en los brazos cálidos de mi esposa. Hacia las 10 horas, un obrero con uniforme reluciente se presenta y, sin demora, se acerca al encendedor eléctrico.
— WOOFFF! — Un resplandor azul aparece y desaparece durante un breve instante.
— En efecto, hay una fuga, — dice él, despreocupado, —delante de mi esposa asustada.
Se pone a trabajar, saca la cocina de su compartimento y comienza a desmontarla, rápidamente me muestra una pieza que no reconozco y me explica en su inglés sin «r» que hay que sustituir la pieza. Llama a un colega que llega poco después, él también espléndido en su uniforme recién planchado. Hablan en un chino tan elegante que debe ser mandarín. Éste último toma una decisión y me hace firmar un documento redactado, … debería decir caligrafiado en la lengua de Confucio.
Con cuidado, levantan la cocina sobre una pequeña máquina de 4 ruedas y se la llevan, no sin saludarnos con profundas reverencias.
Más tarde hice traducir el documento por una persona bilingüe al inglés.
Muy cortésmente la compañía Arsène Lupin, nos agradece calurosamente por el generoso regalo que les hemos concedido y nos pide que aceptemos sus más sinceras disculpas, especificando que ciertamente nuestro seguro intervendrá.
Jean Claude Fonder
