¡Que nadie duerma!

Felipe siempre estaba un poco cascarrabias al despertar en la mitad de la noche, en la cama donde dormía solo. Lo sabía, no iba a recobrar el sueño. Así que primero solía tomar un café corto y luego salía de casa y echaba a andar sin darse cuenta de hacia dónde iba. Desde hacía una semana se había mudado a la ciudad tras ganar las oposiciones obteniendo el cargo de Registrador Municipal. Su relación amorosa se había roto definitivamente. Había dejado todo eso atrás. Ahora era el momento de cambiar. Parecía una noche cualquiera, de un martes cualquiera, parecía…Se sentía un desconocido en busca de la mirada de alguien, de otro desconocido como él, perdido en un Madrid todavía dormido. Caminaba por las calles vacías a las tres de la noche mirando con indiferencia los coches aparcados, los edificios, los escaparates oscuros, dando vueltas sin ningún propósito. Llegó a los Jardines del Templo de Debod. Le gustaba ese lugar, se podía admirar todo Madrid. Parecía una noche cualquiera, parecía… Todo estaba tranquilo. La luna había salido y luego se había ido. El cielo estaba lleno de estrellas más brillantes que nunca. De repente apareció una sombra, una chica de piel muy blanca, pelo rojo, largo y rizado, con un aspecto atlético y atractivo y enormes ojos azules que parecían un espejo vacío que no reflejaba nada. La sombra nítida de su ex-novia. Se acercó y susurró a Felipe: <Adivina mi nombre, antes de que amanezca, grítalo al cielo y volveré para pasar contigo muchas noches>. Entonces desapareció con rapidez. Extrañado y atraído por la misteriosa chica, Felipe empezó a hablar consigo mismo <¡Que nadie duerma!¡Que nadie duerma!> Sin casi darse cuenta, preguntó a las estrellas cuál podría ser el nombre de la chica. Las estrellas guardaron silencio. Conforme pasaban los minutos, Felipe se iba poniendo inquieto y nervioso. Fue entonces que el perfil de una media luna volvió a aparecer y Felipe comprendió, gritó al cielo <Selene, tu nombre es Selene>. La mujer apareció de la nada, se acercó. Ahora sus ojos reflejaban felicidad. Se fueron a la casa de Felipe. La que parecía una noche cualquiera se había convertido en una noche inolvidable.  Ahora las estrellas podían ponerse. Él había triunfado.

Raffaella Bolletti