Mémoires (2)

Primera parte https://wp.me/scDIqM-memoires

…y así se para un momento Raúl en su exposición le los hechos, mueve los hombros, mira hacia un rinconcito en la pared a su izquierda como pidiendo consejo a una araña trabajadora que teje su metrópoli de trampa desprevenida de los huecos en su memoria, Raúl suspira, como ya hizo una y otra vez en las pautas respiratorias del rompecabezas de su discurso. Mira hacia arriba como para atrapar un pensamiento, un recuerdo che se fue volando atado a un globo, todo colorido, como los que venden en las ferias, que quiere volar alto, más arriba de las nubes, volviéndose pequeñito hasta desaparecer de la vista. De la memoria.

Ya no lo puede ver.

Sus ojos siguen buscando el globo que vuela alto, ha desaparecido por completo.

Ya no lo ve.

Sus recuerdos, evanescentes, han desaparecido por completo.

¿Cómo se llamaba el pueblo? Ya no lo puede saber.

No dispone de otra información, se la han comido.

Se toca el mentón.

Pero no se acuerda de cuándo, quién, cómo pasó eso.

***

Después de una infancia solitaria, durante los años de su adolescencia, María se empeñaba en demostrarse, principalmente a sí misma y en segunda instancia a los demás, que era una adolescente del montón, como todas las otras: interesada en las boberías, zapatos, música y los  exponentes alfa del otro género, el masculino, incógnito por ser tan inexpertos, juzgado meramente por lo que se ve exteriormente, o sea el físico: el tipo todo músculos o el nerd, según si estaban más en el gimnasio o delante de una pantalla. María intentaba vivir una vida normal, empeñándose en estar en su grupo de jóvenes, eligiendo cuál color de uñas eran más actual para una manicura a la moda o discutiendo sobre cuál era el actor más guapo con las amiguitas, como si fuera lo más importante la vida. Pretendiéndolo.

Pero le costaba.

Su verdadera naturaleza se mostraba como quien quiere esconder un gato bajo la chaqueta, no importa si se cierran todos los botones, antes o después el gato saldrá de su clausura, con un salto mostrará su hocico, y cuanto más uno intenta esconder, tanto más de repente sus orejas felpudas se verán por sorpresa.

María ya lo sabe: se puede esconder un gato vivo bajo la chaqueta, pero solamente por unos segundos, después saltará a la vista.

Su gato vivo era una capacidad más única que rara. Tan rara que ni tenía nombre.

No hay otra manera para decirlo: la mente de María se comía los recuerdos de las personas que frecuentaba.

De niña le parecía normal, no sabía que a los otros no les pasaba lo que le pasaba a ella;

Al crecer se dio cuenta de que para los demás no era así.

No sabía si se trataba de un maleficio de una bruja original o si era un don de una diosa caprichosa, peor de las griegas antiguas que ya nadie venera.

Al ser adoptada, no podía deducir si eso de tener un cerebro devorador era debido a un carácter hereditario genético, un gen raro o mal formado. ¿Puede que sus padres biológicos la hubieran abandonado por eso? O quizás murieron banalmente en un accidente automovilístico un viernes por la tarde saliendo de la ciudad con su Panda un finde. ¿O un ADN alienígeno? ¿Acaso su madre fue expuesta a un accidente con radiaciones de uranio o polonio enriquecido cuando estaba embarazada al séptimo mes? ¿Fue golpeada de niña por un aparado tecnológico lanzado por un OVNI a quien se le había roto el navegador para regresar a su casa? ¿Su madre se acostó con el primo de Superman? Nunca lo descubrió.

La verdad de su natura incógnita no podía leerla en la memoria de sus padres adoptivos porque ni ellos lo sabían, y lo había investigado, pero sin éxito. No sabía si sus padres adoptivos lo sabían, lo de ella. Desde que María descubrió su poder, entró a investigar en la mente de sus padres legales – fue una de las poquísimas veces que lo usó adrede-, normalmente se comía los recuerdos ajenos sin quererlo.

Aunque nunca lo aceptó, al crecer se dio cuenta de que podía entrenarse. Al principio le entraban flashes de memoria, recuerdos casuales, que entraban en su almacén de memorias robadas sin quererlo. Al pasar del tiempo supo cómo seleccionar recuerdos. Salían borrándose de la mente de la persona y se registraban en su disco duro. Prácticamente una trasferencia.

Y las víctimas ni se daban cuenta; simplemente no se acordaban de algo. Para siempre, aunque no podían notar el momento en el cual el recuerdo había sido robado. Si nos paramos a pensar, a todos nosotros en algún momento de nuestra vida nos ha pasado algo similar, puede que hayamos encontrado a María o puede incluso que haya otros como María, ¿quién sabe?

Por el contrario, para María los recuerdos comidos se volvían imborrables en su mente. Graníticos.

Tenía todo un catálogo de hechos de familias, de casas, de vidas, de sucesos de pueblos que nunca visitó, de abuelos queridos desconocidos, de besos nunca dados ni recibidos, de funerales a los cuales no asistió, de números de matrículas de coches que no eran suyos, de amantes clandestinos desconocidos, de regalos para cumpleaños no cumplidos, de lágrimas inútiles, de abogados para divorcios no divorciados, de cabalgadas de Reyes Magos en calientes playas mexicanas sin tan siquiera tener pasaporte, de pin de tarjetas de bancos en los cuales nunca había tenido una cuenta.

Y sin embargo, tenía poquísimos recuerdos suyos, finalmente al hacerse mayor le parecía haber vivido todas las vidas de los demás, excepto una: la suya.

Graziella Boffini