
Se despertó de sobresalto. Lo había escuchado de nuevo. Esta vez el ruido provenía del piso de arriba, del apartamento vacío. No era aquel martilleo insistente que semanas antes la había llevado a desbaratar estantes, vaciar armarios, a auscultar cada rincón de la casa en el intento de descubrir el origen de los golpes. Al final, se había procurado tan solo una fuerte jaqueca y la reprimenda paternal de Giorgio.
—¿Pero qué te pasa? —le había preguntado el marido a medias atónito, a medias ya desacostumbrado a las reacciones inesperadas que, en tiempos idos. habían formado parte de la naturaleza de Hilda. Y había agregado con su acento italiano y ese tono paciente y rotundo, apenas velado por un controlado fastidio: -Tranquilla, aquí no suceden ciertas cosas-.
La voz ronca de Giorgio había sido siempre el mejor de los ansiolíticos para Hilda. La mujer lo había intuido desde la primera vez que la había escuchado a través de los hilos telefónicos, en aquella llamada equivocada que los había enlazado para siempre. Una voz que trasmitía seguridad, especie de guarida donde protegerse de las viejas sombras en acecho, por eso ante el amistoso reproche del marido había vuelto a capitular, a decirse que era nada, la imaginación, esas cosas, a convertirse ella misma en un nohablo-noveo-noescucho, representación simplificada de los tres monos sabios, sobre todo de aquel que ahora se tapaba los oídos para evitar el mal. Sin embargo…esta vez algo fallaba. Desde que las nuevas reglamentaciones oficiales habían sido promulgadas, los ruidos molestos habían hecho su reaparición en el piso de arriba. Y la paciente y firme voz de Giorgio, ese fármaco personal contra todo desasosiego parecía estar perdiendo de hora en hora su comprobada eficacia.
…continuará https://wp.me/pcDIqM-tD
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Adriana Langtry
