
Ana tenía la capacidad de evocar imágenes con su música, cuando tocaba el piano la música pintaba temporales con los relámpagos, los campos con el trigo ondulando por la lluvia. Terminado el concierto, descansó un rato en el vestuario esperando que Jorge viniera a recogerla para ir al restaurante donde los amigos la celebrarían como siempre. No tenía tiempo suficiente para mudarse el vestido y decidió ponerse el abrigo y el nuevo sombrero que brillaba en la noche como si las estrellas fueran sentadas en su cabeza. Cuando oyó golpear se levantó con una sonrisa que se apagó al abrir la puerta y viendo entrar a un señor calvo, más bien dos mellizos y de repente su mundo se oscureció. Amiguitos de Don Ramiro, el viejo profesor de música con los brazos flácidos y la barriga con pliegues, que en cambio de una casa y de las clases le exigió caricias, venían con el propósito de recibir el mismo tratamiento. Verdad y mentira peleaban en su cabeza; nunca había hablado a Jorge de su pasado, ahora debería renunciar a sus deseos más profundos. No, no podía ser, su vida destruida, no: la defendería dientes y uñas. Y supo en aquel momento que las horas de los mellizos estaban contadas.
Elettra Moscatelli
