
Siento aún tus labios henchidos de promesas mientras me dedicabas el concierto n. 1 para piano de Beethoven y entre tus brazos yo bebía esa música inmensa.
Pero nuestros destinos estaban envenenados, no podrían encontrarse jamás. Tú parecías siempre perdidamente enamorado, aunque luego me di cuenta de que era una actitud donjuanesca y por eso puse medio mundo entre los dos por no llegar a sentir jamás tu desamor. Te odio con todo mi amor, pero sigo repitiendo tu nombre como una jaculatoria.
Edouard, amor mío, sé que no morirás nunca, aunque la pandemia no dejó rastro de tus ojos barnizados de deseo ni de tus labios sedientos de besos.
Me parece escuchar tu voz, sentir tu aliento y tu ardiente mirada, pero sé que es una ilusión, eres una tenue brisa que acaricia mi rostro.
Maria Victoria Santoyo Abril
