
Hace treinta años pertenecí a la aviación de mi país, era paracaidista. Bueno, luego viajé a España buscando un mejor porvenir, lamentablemente las cosas no salieron como había planificado.
Sin un trabajo y sin un centavo todos los días iba a la iglesia San Antonio de La Florida, esperando que los parroquianos me regalasen una limosna, ya que vivía en las orillas del río Manzanares, en medio de unos matorrales.
Cubierto por mi triste agonía seguía bregando, miraba al cielo orando a Dios por encontrar un trabajo, pero lo primero que mis ojos confundidos miraban, era el teleférico que nublaba mi necesidad.
Pasado el tiempo, mi necesidad principal ya no era el trabajo o regresar a mi país, simplemente era subirme en aquel bendito animal… ¡perdón! Teleférico.
Tantas veces tuve los increíbles 6 euros para subir, pero el licor podía más que mi sueño y por ende nunca puse empeño.
Bueno hoy vivo muy lejos de Madrid y solo lo sabe Dios por qué nunca subí. Particularmente creo que fue una semilla que sembré solo en mi fantasía porque en la realidad nunca floreció debido a la mala hierba que existía en mi jardín cerebral, la cual me hacía tanto mal.