
Durmió muy poco, tiritando y despertándose a ratos, en la noche fría. Por la mañana se levantó en una cama desierta, deseando matar la almohada y destrozar las sábanas que olían a recuerdos, caricias, abrazos. Al abrir la ventana miró el bosque silencioso: allí estaban bajo un enfermizo rayo de sol. Ella con sus brazos desnudos, por ser invierno, temblando ligeramente como en un baile extraño, con su cuerpo, un tronco delgado y blanquecino que desataba una carga emocional, un imposible deseo de ser abrazado y poseído. Estaba él a su lado, con sus largos brazos como ramas llenas de hojas puntiagudas, deseando a través de un abrazo fundirse en su cuerpo liso. Por fin con la poderosa fuerza del deseo que todo lo mueve, logró doblarse lo suficiente como para rodearla con sus ramas. Fue entonces que se identificó con ellos, dos árboles, un abedul y un pino, imaginando un contagio de los dos mundos donde, precipitando en una espiral al revés, descendiendo a través de círculos cada vez más pequeños llegar al punto de origen, buscar la clave para realizar su pequeño deseo de que alguien la abrazara al despertarse.
Raffaella Bolletti
