L0s deseos de Maria Lucrecia La Muerte y los de la tatarabuela de Palenque

Olmo Guillermo LLévano

Dolores Salinas, la más anciana de San Basilio de Palenque, con 103 años, agonizaba… 

Aparece en los cielos el pájaro Kajambá, avisador que la muerte se aproxima. La sabiduría de los más viejos identifican lo inaplazable del destino y su anuncio llega hasta los lugares mas apartados del planeta. 

Maria Lucrecia la Muerte, disfrazada de mujer, alta, canillona, costillas pegadas al cuerpo, burla un descuido de Evaristo Torres el palanquero mas anciano del pueblo con 98 anos que hacía de guardia, logrando llegar hasta su lecho… Al levantar el gancho para engarzárselo en la nuca y llevársela, la voz matriarcal decreta en lengua palanquera:

—“Así la quería ver Maria Lucrecia. De frente!!”.

—“Vuelva cuando me despida de mi último tataranieto!!”.

Sorprendida, refrenó su descomunal deseo de robarle la vida ante el mandato de esta formidable mujer que desde niña fuera curandera y profeta de su pueblo. Humillada, huyó Maria Lucrecia de la escena. La rezandera mayor aparece. La casa se transforma. Con golpes de tambor, empiezan los “bailes del mueto”. La población se moviliza…alrededor cantan, rezan, bailan. Las mujeres cocinando, en el espacio semi-sagrado. Jovencitas reparten “calderaos”…

En zona profana, compadres y músicos aportan novillas, dinero, licor. Juegan dominó, cuentan relatos mitológicos, chistes de doble sentido e historias cotidianas. Los rituales de muerte son liderados por las “cantaoras” durante los siguientes 365 días, mañana, tarde, noche y madrugada, hasta cuando el último tataranieto aparece con su joven esposa y su recién nacido a la madrugada… Ella descubre uno de sus henchidos senos de ébano que abarca con sus manos, aprieta su pezon y delicadamente deposita una gota de su leche materna entre los labios cadavéricos de la anciana, quien esboza una maravillosa sonrisa, en medio de cantos responsoriales en verso. Otras “cantaoras” contestan “que por fin pudo cumplir con su deseo de descansar y estar ya tranquila.” 

Olmo Guillermo Liévano