
—¡Hola María!
—¡Hola Juan! ¿Qué tal el taller hoy?
—Mal, la profe ha pedido que escribamos algo sobre el hombre perfecto, es decir que nos imaginemos que se pueda crear un marido ideal a partir del clon de un tío que te guste.
—¡Qué guay! Dime, ¿Qué han escrito las tías?
—Les ha encantado el tema. Todas han metido a su pareja actual en baúl de los recuerdos y han reconstruido, muertas de risa, una especie de Frankenstein al que no le gusta el futbol, que sabe hacer la compra, lavar los platos y la ropa, planchar, cocinar y ocuparse de los chiquillos, y además, por supuesto, que es un clon de Sean Connery que folla mejor que James Bond.
—Me lo creo. Estoy segura de que no te han clonado a ti.
—¿Por qué? A mí el fútbol no me gusta, lavo los platos etcétera, y bueno por otra parte, soy lo que soy.
—…
—¿Qué? No me digas que ayer no te gustó.
—Mmmm, bueno. Hablemos de otra cosa. Tú, ¿Qué has escrito?
—He escrito algo sobre las máscaras de Venecia.
—¿Cómo? No tiene nada que ver, tenías que escribir sobre la mujer perfecta.
—Imposible.
—Ya, lo entiendo, ya la tienes, jejeje…
—No no es eso, … Es que no existe.
María oyendo estas palabras se quedó callada, miró largamente a Juan, dejó en el fregadero el paño que tenía en mano e intentando reprimir una lagrima, se sentó pesadamente. Juan la rodeó con sus brazos y le dijo con ternura.
—La mujer perfecta no existe, hablo desde mi punto de vista, claro, no me gustaría. El cuerpo no es lo que más importa, una mujer puede siempre valorizar lo que tiene de hermoso pero también lo que tiene de menos bello, estoy pensando en Rossy de Palma. Para mí lo que cuenta más es que sea mujer, mujer con su sensibilidad, su inteligencia, su ternura, su tenacidad, su fuerza y su coraje, en una palabra su personalidad. Imposible definirla perfecta, porque lo que la hace más mujer que nunca, es que tenga algo que la vuelve única. “Venga María eres mi mujer, eres la mujer imperfecta que quiero”.
Jean Claude Fonder
