Hernán

Miro la carta que recibí ayer. El sobre es blanco con mi nombre escrito a mano con tinta azul. Es la letra de Hernán. Su firma me lo confirma, el texto está tecleado pero estoy segura de que habrá querido añadir este toque de personalización. Esto me halaga.

Hernán, lo recuerdo muy bien, fue un amor fulminante. Todavía se me pone la carne de gallina cada vez que pienso en él. Tenía el papel de Masetto en el Don Giovanni de Mozart, yo hacía de Zerlina. Era la primera vez que formábamos parte del mismo reparto. Me gustaba, todas lo encontrábamos irresistible, lo que se dice un hombre bello, grande, de tez oscura, ojos azules y profundos, hermosa voz de barítono, también cuando hablaba.
¡Ah, esa sexta escena del segundo acto! Cuando Zerlina consuela a su Masetto pidiéndole que sienta su corazón:

È un certo balsamo
che porto addosso:
dare te ‘l posso,
se il vuoi provar.

Saper vorresti
dove mi sta?
…..(facendogli toccare il core)
Sentilo battere,

La repetimos muchas veces, el director quería que fuera muy realista y verdaderamente natural, acabamos ensayando en mi habitación.
Sí, por supuesto, me enamoré, ambos éramos jóvenes. El espectáculo tuvo mucho éxito, fuimos de gira durante algunos meses. Fue una maravillosa historia que duró poco, la vida nos separó. Mi carrera se desarrolló en America del sur y en España, él se convirtió rápidamente en un director de  escena famoso, trabaja principalmente en Europa, sobre todo en Alemania y en Austria.
Lamento no tener hijos, esta carrera no es apta para madres. No me quejo, tengo gloria, dinero y hombres, pero mi romance con Hernán fue diferente, no sé muy bien por qué, siento nostalgia, éramos muy jóvenes, la verdad. He conocido hombres mucho más atractivos, tantos me cortejaron, pero no sé. Y ahora llega esta carta. Es una propuesta en toda regla para cantar La Mariscala en el Festival de Pascua de Salzburgo.
¡Ya tengo edad para La Mariscala! Es verdad que el personaje de Von Hofmannsthal tendría unos treinta años y su amante diecisiete, y que los directores actuales como Hernán, a menudo adaptan la obra ambientada en el s. XVIII a una época más reciente, alzando la edad de la protagonista. Yo, es cierto, tengo ya más de cuarenta años. Podría perfectamente ser ella.
¡Claro!, es una gran oportunidad. El caballero a la rosa de Richard Strauss, en el Festival de Pascua, con Hernán, él, famosísimo, y con esta orquesta y su director aún más famoso, y además este reparto: es una consagración, no se puede rechazar.
Salzburgo, no es la primera vez que la visito, es una ciudad preciosa, sobre todo para alguien como yo. En cualquier momento y de todas las maneras, se encuentra Mozart, su padre Leopoldo, Nannerl su hermana, Colloredo el arzobispo, pero también hermosos palacios y maravillosas iglesias, el barroco italiano es omnipresente y sobre todo la música. Aquí a nadie puede no gustarle la música, la verdadera, la buena. La música es todo.
En el hotel me arreglo minuciosamente, abro mi neceser de maquillaje. Hay que disimular estas pequeñas arruguitas. Voy a ver a Hernán. La última vez que me vio era Zerlina, una jovencita apenas casada. Extiendo sobre mi cara una pequeña cantidad de crema hidratante. A continuación me pongo el contorno de ojos, el corrector de ojeras y una base cremosa dando pequeños toques con movimientos circulares. Dibujo de manera más precisa la forma de mis cejas, matizo con el polvo y termino aplicando un rojo de labios discreto y preciso. Me miro atentamente en el espejo.
Lo que veo no me gusta nada. Parezco aún más vieja. Rabiosamente borro todo con la loción desmaquilladora y me ducho.  Quiero quitarme cualquier traza de este desesperado intento de esconder mi realidad. Ya soy la Mariscala:

(Final del acto uno)

No es más que el tiempo, Quinquin.
El tiempo que todo lo cambia.
El tiempo, ese fenómeno tan extraño.
Diariamente no tiene importancia.
Pero de pronto, un día,
lo comenzamos a sentir implacable.
Él nos rodea y al mismo tiempo
está dentro de nosotros.
Pasa delante de nuestros propios ojos,
pasa por aquí, por el espejo,
y acaricia mis sienes.
Y también discurre entre tú y yo.
En silencio, como un reloj de arena

(Con calor)

¡Oh, Quinquin!
A veces lo siento fluir… inexorable

(En voz baja)

A veces me levanto a medianoche,
y mando que se paren todos los relojes.
Pero no debo asustarme.
También el tiempo es una creación
del Padre, del que todo proviene.

obre la escena inmensa de la gran sala del Palacio del festival de Salzburg, la cama acolchada de terciopelo rojo como todo el mobiliario es muy grande aunque parezca perdida en medio de la habitación demasiado grande. Las sabanas son blancas y me envuelven para esconder que estoy desnuda. “Quinquin” (Octavian) lleva solamente el calzón de su pijama. Es un hombre, increíble, pero Hernán contrariamente a la costumbre de utilizar una mezzo-soprano en este papel ha preferido un contra-tenor.
—Es una pareja que se despierta después de una noche de sexo, tiene que ser muy realista y  verdaderamente natural —, insiste Hernán.
Quizás quiera que recuerde la escena entre Zerlina y Masetto.
Cuando me recibió el primer día de los ensayos, demostró un gran afecto, como si fuéramos dos amigos que vuelven a encontrarse, pero nada más. Ya estaba completamente implicado en la dirección del Caballero a la Rosa, con un plan de ensayo muy intenso. Trabaja hasta muy tarde y empieza pronto por la mañana.
Mi compañero Octavian, se llama Philippe, es francés, habla también castellano, es guapo y simpático. Es muy joven, como lo pide el papel, Hernán quiere mucho realismo. Tiene razón: es completamente diferente interpretar esta escena con un hombre, más que con una mujer como suelen hacerlo en todas las otras producciones de esta obra. Una mujer no puede implicarse realmente en una situación que se queda completamente teórica si no eres lesbiana. No se puede negar que Philippe es atractivo, sus ojos sonríen casi siempre, mis compañeras demuestran que están de acuerdo. En las cenas que compartimos por las noches, todas buscan su compañía. Sofía, que interpreta también la Sofía del libreto (la que va a recibir la rosa de plata y se casa con Octavian) parece muy entusiasta. Ahora que estamos repitiendo el primer acto, no ha tenido todavía escenas con él y, claro, también para ella es una novedad completa interpretar su papel con un hombre.
—¿Cómo lo encuentras?, pregunta Sofía.
—¿En cuanto al canto? respondo maliciosamente.
—Nooo, como hombre, me parecéis una pareja muy enamorada en la cama.
—¡Qué bien! Tienes que decírselo a Hernán, estará muy contento de que lo parezca.
La verdad es que Hernán está poco disponible. Lo vemos solamente en los ensayos. No lo conocía así, parece que está viviendo la obra, interpreta todos los personajes, es más, canta todos los papeles. Me gusta mucho su método de trabajo, es un director perfecto, es nuestra guía. Deja que cada uno entre en el papel, haciendo suyo el personaje con sus propios medios para participar en una comedia, y quizás en mi caso en una tragedia. Pero no se ha olvidado de que es un cantante.
Philippe me cae muy bien, es un gran cantante y un buen actor, creo de verdad que me ayuda mucho a expresarme artísticamente. Mis sentimientos son como los de la Mariscalia, me siento muy halagada de que un oficial jovencito esté enamorado de mí aunque sea peligroso y la competencia no falte. Me pregunto si Hernán está celoso como Sofía. Bueno, a mí Philippe no me atrae mucho, tiene algo de femenino, parece inmaduro, el papel mismo que normalmente interpreta una mujer, además está disfrazado de mujer en muchas escenas. Estamos muy lejos de un Domingo, un Kaufmann o en los actores de cine un Sean Connery.
El estreno tuvo un éxito extraordinario, más de diez veces nos llamaron a escena. Cuando cerraron el telón por última vez, Hernán espontáneamente me tomó en sus brazos y casi me besó en la boca.
— Fue la mejora Mariscala de todos los tiempos, –me dijo.
Algunos días más tarde, antes de un día de descanso, me invitó a cenar en el hotel Hotel Goldener Hirsch, donde estábamos alojados ambos. Hablamos mucho de su producción. El éxito se confirmaba, todas las criticas eran muy elogiosas, tanto que me confió que diferentes casas de ópera estaban proponiendo comprarla. Me preguntó si por favor podía interpretar de nuevo el papel. Obviamente acepté en la medida de mis disponibilidades. La velada se prolongó, bebimos mucho y evocamos nostálgicamente nuestra antigua relación. Acabamos en mi habitación. Me contó su vida, tenía un hijo que criaba la cantante con la que lo había concebido, lamentaba verlo poco, la carrera de un director de escena es una amante intransigente.
Fue una noche de amor inolvidable. Pensé en la Mariscala. Por la mañana nos despedimos, quién sabe por cuánto tiempo. La recuerdo con ternura.
La última representación fue un triunfo. Hernán ya no estaba, su asistente lo sustituyó y me dejó un recado en el que Hernán se excusaba. Me decía que me habría contactado más tarde, que el deber lo llamaba. Después de la función, todo el equipo fuimos a cenar como es la costumbre. Estaban todos felices, Philippe y Sofie estaban juntos, me parecía vernos a Hernán y a mí en Madrid cuando éramos la pareja más joven del Don Giovanni.
Este mediodía, antes de dejar Salzburgo, desayuno en el café Bazar a orillas del Salzach, el sol es límpido y fresco, las cabrillas blancas cabalgan el agua esmeralda y rápida del río. En la terraza saboreo tristemente mi café melange con un trozo de pastel Sacher. Leo descuidadamente el periódico El País, tienen periódicos de muchos países, cuando de repente veo el titulo: nuevo director del Teatro Real. En la foto Hernán parece sonreírme. Pido la cuenta y me dirijo hacia el Hotel que está a poca distancia.
—Señora, ha llegado un correo exprés para usted, —me dicen en la recepción.
El sobre es blanco con mi nombre escrito a mano con tinta azul.


Jean Claude Fonder