Nuestra Tierra

¡Bienvenida Doña Tierra! ¿Qué tal?
Te encuentro muy cambiada desde la última visita médica, hace cien años. Siéntate, pareces muy cansada. ¿Qué pasó?
Tienes fiebre, por lo menos dos o tres grados más que la última vez que nos vimos.
Déjame ver tus pulmones.
¡Dios mío!  ¿Qué le pasó a tus selvas, tus bosques, tus florestas?
Se han reducido a la mitad. ¡Por eso no logras a respirar!
Déjame echar un vistazo a tus venas.
¡Dios mío, tus ríos están contaminados y secos, los mares también están contaminados!
¡No me lo puedo creer, el fondo del  Mediterráneo está cubierto de cuerpos humanos! 
Pero veo que tienes nuevas islas. Me alegro.
¡No, no, me estoy equivocando...no son islas nuevas...son islas de plástico!
Tus glaciares se están reduciendo, y tus ciudades están cubiertas de polvo tóxico. Doña Tierra la situación es muy seria, lo siento.
¿Me  estas preguntando el nombre de tu enfermedad?
Tienes un virus, el más peligroso que existe. Se llama "Seres Humanos". No se puede luchar contra este azote. Es un virus fatal, egoísta y sin sentido común. Durante anos te ha derrotado, explotado para satisfacer su increíble hambre de poder y de dinero.
¿Un medicamento? Aún no existe un medicamento idóneo.
Pero, desde algunos meses han aparecido pequeños jóvenes anticuerpos muy aguerridos. Confía en ellos, son la última esperanza que tienes para sobrevivir.
¡Suerte, Doña Tierra, te deseo mucha suerte de todo corazón! 
Iris Menegoz

Juegos

Línea de metro roja, destino Bisceglie.
Nueve de la tarde de un día de marzo.
El vagón está casi vacío. Me siento cansada y un poco triste como siempre cuando regreso a mi casa por la noche.
Frente a mí está sentada una familia de cuyos rasgos deduzco sea hispanoamericana.
Un joven padre, una nena de unos tres años, preciosa, con carita seria, concentrada en un juego electrónico. Cerca de ella un hermanito de unos seis años. Gordito con gafas de miope. Enganchada a él, la madre le susurra preguntas de aritmética.
— ¿Siete más tres?
El chico muy serio cuenta con sus dedos gorditos y un poco pegajosos.
— ¡Diez!
— ¡Bien!
— ¿Cuatros menos uno?
— ¡Tres!
— ¡Bien!
— ¿Siete menos dos?
Siempre contando muy concentrado, la mirada del chico se cruza con mi mano que marca cinco.
— ¡Cinco!
— ¡Bien!
El juego ha empezado entre nosotros. Mamá no se da cuenta. Papá sí, y sonríe.
— ¿Cinco más cinco?
Un vistazo a mis manos y un rápido
— ¡Diez!
— ¡Bien!
— ¿Cinco menos tres?
— ¡Dos!
— ¡Bien!
El juego sigue hasta mi parada. Me levanto. Mamá y papá me sonríen, el chico me dice "chau". Solamente la nena sigue jugando con su juego electrónico. Quizás piensa:
«¡Qué raros son los mayores, se divierten con juegos tan bobos!»

Iris Menegoz