¡¡¡JÚRAMELO!!!

La casa donde nació Anna estaba en una calle tranquila cerca de una zona comercial bastante famosa en aquellos años. Los edificios que daban a la calle databan de principios del s. XX. De hermosa piedra y ladrillos rojos, contraventanas y portales en madera maciza y oscura. Las casas eran hermosas y estaban llenas de historia, pero Anna solo se dio cuenta de ello después. Para ella eran simplemente “casas viejas”, las casas bonitas eran las de los grandes bloques modernos en las afueras, donde vivían algunos familiares; con ascensor y persianas de plástico que subían y bajaban como por arte de magia. 

Anna fue la primera niña que nació en la vieja casa después de la guerra. (Sus padres siempre le recordaban con orgullo que había sido concebida el 25 de abril).

A medida que el recuerdo de la guerra se desvanecía, los lazos rosa y azules se sucedían colgados en el viejo portal. Y así fue que al cabo de pocos años una pequeña comunidad de criaturas empezó a poblar la casa. 

Se forjaron amistades, juegos en la acera, con patines, pelotas y la rayuela dibujada en el asfalto. Durante los años de primaria, Anna entabló una amistad profunda con Gabriella en cuya casa pasaba los días, ya que tenía una habitación para sí misma, un lujo extraordinario para Anna. 

—¡Sé una cosa! – decía Gabriella – pero es un secreto, ¡jura que no se lo dirás a nadie!

Anna juraba cruzando los dedos sobre los labios esperando la gran revelación. Por lo general se trataba de cuestiones de amores improbables entre los niños del edificio. 

—¡Franco está enamorado de Claudia! – decía – Lo vi ayer dándole todos sus caramelos.

—¡Renata está enamorada de Giorgio! El otro día le prestó sus patines nuevos. 

—Carlo, ayer, cuando Franca se cayó, escupió sobre su rodilla arañada para desinfectarla, ¡está claro que le gusta!

Anna juraba siempre sobre esos secretos fantasiosos. Quizás le hubiera gustado ser la protagonista de uno de esos secretos. Pero nunca sucedió. 

Los años pasaron rápidamente. 

Anna, al fin conoció el amor con sus pasiones, su ternura y su ferocidad. 


Iris Menegoz