Una mañana cualquiera

Le canapé vert de Paul Delvaux, 1944

— Hola Consuelo, ¿qué tal la noche?

—Hola Consolación, fue una noche cualquiera. A las nueve llegó el viejo Juan, borracho y sucio como siempre. A pesar de sus esfuerzos y de los míos terminó llorando. ¡Una pena! Pero paga bien y es cortés.

— Qué triste trabajo el nuestro, Consolación. Un día de estos me alejaré de esta ciudad corrupta y feroz escupiendo en la cara a nuestro patrón Ramón. ¿Qué tal fue tu noche?

— Fue muy dolorosa. Llegó un chico jovencísimo, era su primera vez. Me enterneció. Tenía la misma edad que tendría mi hijo si esta bestia de Ramón me hubiera dejado tenerlo cuando me quedé embarazada. ¡Qué trabajo inhumano el nuestro! Mira Desesperación cómo llora. Anoche la pobre no encontró clientes y el cerdo de Ramón le pegó. ¿Qué te parece el lindo joven tumbado sobre el sofá de terciopelo verde?

— Consuelo, es Narciso, el principito de Ramón. Su joya más preciosa. Su rara flor.

Para él solo hombres seleccionados, adinerados, nobles, políticos… ¡limpios! Ese chico en una noche gana para Ramón más que nosotras tres en un mes.

¿Sabes? Sigo pensando que una noche de estas tomo el primer barco que pasa por el río y me voy lejos, muy lejos, donde nadie me reconozca. ¡Vente conmigo!

— Me encantaría, Consolación, pero conoces a Ramón y a sus matones. No solo nos encontraría, sino que probablemente nos mataría.

— ¡No me importa! No quiero seguir viviendo esta vida de mierda, Consuelo. Lo intentaré y, cuando estés lista, vendrás conmigo.

— ¡Muchas gracias, querida, es un sueño precioso! Quizás, un día… Ahora estoy tan cansada que quiero solo dormir y soñar con un barco, un río, la libertad.

Iris Menegoz