Cólera

Rosa estaba hojeando el álbum de foto familiar, encontró una foto de su hija Sara cuando tenía 15 años, era muy hermosa, ojos oscuros con pestañas largas, nariz pequeña, mejillas llenas con piel brillante, cuerpo tonificado de gimnasta; en ese tiempo asistía al bachillerato lingüístico y era una de las mejores alumnas de la escuela. Todo parecía perfecto, quizás demasiado.

Una vez volvió del gimnasio donde hacía ejercicio cada tarde, se veía muy deprimida, sus compañeras le habían dicho varias veces que estaba subiendo de peso y que nunca podría ganar una competición. En efecto su cuerpo estaba cambiando, estaba volviéndose más maduro, estaba floreciendo, como es normal a esa edad, sus amigas solo tenían envidia, pero ella ahora se veía gorda, por lo que decidió ponerse a dieta.

Este fue el comienzo de un desastre, ella comía muy poco, adelgazaba rápido, dejó la gimnasia artística y se incorporó a un gimnasio de fitness donde hacía sesiones extenuantes, su cara estaba irreconocible, su cuerpo cada vez más esquelético, su hermoso pelo ahora desgastado, las reglas se detuvieron, la situación era muy grave. Ella fue visitada por médicos y psicólogos, pero rechazó su tratamiento, tenía una visión distorsionada de sí misma, su peso estaba ahora en el límite más bajo. Fue declarada anoréxica sin esperanza.

En familia estaban desesperados, un día en el almuerzo estaban sentados alrededor de la mesa y Sara una vez más se negó a tocar la comida que su madre le había preparado con todo lo que le gustaba. El padre, a pesar de sufrir terriblemente, siempre se había controlado para tranquilizar a la familia. Aquel día fue tomado por una ira incontenible, tomó el mantel con todo lo que había arriba y lo arrojó contra la pared, luego corrió hacia su habitación desde donde todos escucharon a ese hombre tan bueno y paciente sollozando desesperado.

Sara se puso de pie y temblando, con las pocas fuerzas que le quedaban, recogió todo y el mismo día dijo a sus padres que aceptaría ser atendida.

Fue un camino largo y difícil, pero logró curarse por completo.

Rosa, con las lágrimas en los ojos por esos dramáticos recuerdos, sacó una foto de Sara radiante el día de su graduación y pensó en lo mucho que amaba a su esposo y en la inmensa gratitud que sentía por él que con ese arrebato de cólera y lágrimas había logrado penetrar en el corazón de su hija.

Leda Negri