El cruce de ferrocarril (2)

Primera parte https://wp.me/pcDIqM-r1

Un golpe en la ventanilla le despertó de sobresalto, un anciano gruñón golpeando la ventana le gritaba que pasara. ¡Qué pena, la mujer rubia le parecía tan real!

Cruzó la carretera y comenzó el ascenso al estanque encantado, lo llamaba así de niño, cuando venía a beber chocolate mágico con su abuelo. Pasó la curva y se encontró en un estacionamiento inmenso, el antiguo quiosco se había convertido en un edificio moderno, las ventanas cubiertas de carteles de exposiciones y festivales. Flores de malva rosa salían del asfalto como hierba; una decena de clientes sentados en los bancos de madera de las mesas exteriores, descansaban sobre cojines esponjosos que representan amapolas rojas elevándose entre los hilos de hierba de un césped verde. Geranios rebosantes de grandes jarrones descendían de las ventanas de la primera planta. En el estacionamiento se bajó de la camioneta y caminó hacia dentro. Entró en la cafetería, todo azulejos y espejos, un lugar moderno, sin encanto, a pesar de los mapas representando los senderos circundantes para caminar durante largos paseos. ¡Qué maravilla poder pasear por aquellos senderos con una chica rubia como la de su sueño! ¡Ojalá la conociera! Se acercó a la barra: un rayo de sol se reflejaba en el cromado de la máquina de café iluminando el pelo largo, rubio, ondulado de la persona situada detrás de la barra. Estaba de espaldas y para llamar su atención Jordi la saludó: “Buenos días!”. La persona se volvió: dos ojos celestiales y magnéticos le miraron, una sonrisa abierta y tierna, enmarcada por una barba gruesa, y una voz rasguñosa de barítono, le preguntó, «¿Que desea?”

Instintivamente Jordi se volvió hacia la ventana en busca de ayuda, otro cliente, un transeúnte cualquiera. Miró el reflejo del sol, tenía la impresión de que su vida se había puesto patas arriba; un nombre volvió a su cabeza, irreal, surrealista: Antón. Jordi arregló esa cara enmarcada por la barba. Un dolor agudo, se llevó la mano al corazón, le gustaría hablar, escapar, deshacerse de ese maldito sueño. Señor, señor, ¿qué tiene?, ¿está enfermo? ¿Desea un chocolate? 

¡Un chocolate!

Elettra Moscatelli