El carnaval de Barranquilla

¡Quién lo vive es quién lo goza!

…así decía el cartel de la entrada de la ciudad de Barranquilla; había mucha gente alrededor, las calles estaban abarrotadas y en el aire se podía percibir una atmósfera de carnaval de alegría y un olor a buñuelos con nata; todo el mundo se saludaba tirándose serpentinas con sus máscaras de papel maché hechas a mano.

La reina de la fiesta iba a ser elegida pronto, era jueves, el “Mardi Gras” nacional; todos estaban impacientes, alegres y un poco borrachos. Los hombres, impulsados por sus instintos sexuales primarios, marcando paquete, trataban de frotarse contra las chicas, con su aliento que apestaba a cerveza ácida por unos cuantos tragos de más. Era temporada de desfiles, bailes de máscaras y recepciones, era tradicionalmente el «clou» de las fiestas de invierno, el punto culminante del debut en sociedad de las jóvenes, que perderían su virginidad por la noche.

El “Cumbiódromo” estaba alistado para los desfiles de las carrozas, el escenario saturado de la creatividad y del sabor de los barranquilleros, grandes anfitriones de la alegría en el mundo.

El tema del carnaval era la selva y el animal elegido la serpiente.

Cuando la señorita apareció por la boca de una anaconda del gran carro, decorado con el bosque tropical, estaba tendida en el suelo, con una daga en su vientre y un chorrito de sangre brotando.

Lo único que se quedó eran las cintas policiales amarillas y negras de la escena del crimen, una música de marcha fúnebre flotaba en el aire entre los escombros de los carruajes.

Luigi Chiesa