
“Todos somos iguales ante la ley”, eso dicen las constituciones de casi todos los países, aunque la igualdad de tratamiento y de oportunidades, de hecho, no se respeta. Orwel, en su obra “Rebelión en la Granja”, escrita en 1945, denuncia los totalitarismos; la obra constituye un análisis de la corrupción que puede surgir tras toda adquisición autoritaria de poder. “Rebelión en la granja” es una alegoría del poder y su influencia en el destino de los seres humanos.
Los animales de la Granja, alentados un día por el Viejo cerdo (el ideólogo de la revolución) que antes de morir les explicó sus ideas, llevan a cabo una revolución en la que consiguen expulsar al granjero humano (que representa a la nobleza y la burguesía) y crear sus propias reglas o mandamientos. Pero, con el tiempo, los cerdos se erigen como líderes y luego como una élite dentro de la granja.
Los diferentes estamentos de la sociedad son: las ovejas y las gallinas, analfabetas y acríticas con el régimen, personifican a los estratos más bajos, o a los «fanáticos» de un líder. Los perros representan el aparato represivo. El cuervo Moisés representa a la Iglesia, habla del cielo, el perdón y la paciencia, cumpliendo su papel de apaciguador, al servicio del granjero, que le reserva un tratamiento especial. Representa la afinidad entre el clero y los distintos gobiernos.
Al final de la novela, la dictadura del cerdo tirano y sus seguidores se convierte en absoluta y cuando los animales preguntan al burro Benjamín (el intelectual) cuál es el único mandamiento que queda escrito, éste les lee el séptimo, convenientemente modificado por los cerdos:
“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”
Maria Victoria Santoyo Abril
