
Pete Rumney
“El comandante anunció que el aterrizaje tendría lugar en el aeropuerto JFK de Nueva York en 20 minutos…”
Él enderezó su asiento y sintió la angustia que tenía cada vez que llegaba a Nueva York, odiaba pasar por inmigración, ser interrogado sobre los motivos de su estancia. Percibía una cierta agresividad por parte del oficial, a veces cuando se trataba de un oficial de color, no lo comprendía bien, y se sentía, sin motivo alguno, culpable por existir.
Más tarde, en el taxi que lo llevaba a Manhattan, sintió otra angustia. ¿Estaría ella allí? Llovía a cántaros, y el cielo estaba ya oscuro a primera hora de la tarde. También hacía dos semanas estaba paseando por Central Park y había caído una borrasca inesperada. Salió corriendo del parque hacía la Colección Frick en la calle 70 mientras las primeras gotas se desencadenaban.
La atmósfera en el museo era cálida; la madera, omnipresente en la decoración, muy clásica, contribuía ciertamente a ello, pero también, por supuesto, la presencia de esta fabulosa colección de pintura. Era muy rica y variada, pero al mismo tiempo tenía una dimensión humana.
Los tres Vermeer que la Frick poseía eran objeto de su máxima admiración. Le encantaban los colores suaves que el pintor había sabido mantener a pesar de la excesiva iluminación que provenía de una ventana situada a la izquierda del cuadro, y le encantaba también la intimidad de las escenas que representaba. Su lienzo favorito, “Ama y Criada”, describía la entrega de una carta de amor, probablemente adúltera.
Estaba detenido en el estudio de los detalles de esta última obra maestra, cuando de repente percibió una presencia detrás de sí, se volvió. Era ella, la joven holandesa rubia de ojos azules, o al menos alguien que se parecía mucho a ella. Él se apartó para permitirle acercarse al cuadro y se disculpó por impedirle admirar el cuadro.
—No importa, conozco esta obra perfectamente, cada semana vengo a verla, no puedo evitarlo. Me tiene hechizada.
Continuaron intercambiando sus puntos de vista sobre la pintura del famoso artista. Luego se despidieron, prometiendo volver a verse en una próxima visita. Ella le confió que venía siempre aproximadamente a la misma hora.
La idea de verla de nuevo se convirtió rápidamente en una obsesión. Así que allí estaba y, como por arte de magia, llovía otra vez. Cuando él entró en la sala de los Vermeer, la vio inmediatamente, llevaba un pequeño traje amarillo. Se acercó rápidamente a ella, permanecieron unos instantes delante del cuadro sin hablar mucho, observando la escena, y luego él la acompañó protegido por un enorme paraguas que se había traído. Alquilaron una habitación en un pequeño y acomodado hotel cerca del museo.
En la habitación se lanzaron el uno a los brazos de la otra y se arrancaron la ropa sin decir una palabra. Follaron como fieras endiabladas, por no decir más.
Alrededor de las 18h, la besó apasionadamente por última vez y tomó un taxi para coger el último avión. La lluvia y sus oscuros decorados azules habían desaparecido, una hermosa luz de atardecer reinaba en Nueva York.
- Ya publicado en Alquimia Literaria
Jean Claude Fonder
