Sonrisas amargas

Mis lágrimas se secaban detrás del duelo, era un desfile matizado según se alejaba del féretro; los primeros lloraban mucho, ensimismados, sin palabras, enojados, y poco a poco, recorriendo el cortejo hacia el final, la tristeza iba desapareciendo y los últimos hacían arreglos para la noche, 

— ¿Cómo quedamos? Nos vemos frente al restaurante a las 8 en punto y no pico, — respondían los demás. 

Una pasarela de formalismo ocioso, emociones falsas, pésames de circunstancia, arrogancia, y una verdadera y auténtica omisión de sentimientos.

De repente, irrumpió contra el carro fúnebre un coche enloquecido que lo arrastró veinte metros. La gente asustada se derribó a tierra por el miedo, y el ataúd salió arrojado para afuera con la tapadera abierta.

—¿Hay heridos? —gritaron. 

Muchas personas se sintieron mal, se desmayaron, una niña tuvo un ataque de pánico, la señora con vestido de flores vomitó diciendo 

— ¿Estoy muerta? —La muchacha del tercer piso estaba histérica y le vino una crisis de asma, al señor de la puerta de al lado se le cayó el peluquín.

El policía afirmó que estaban haciendo un duelo, una carrera entre dos vehículos, y los conductores totalmente borrachos y fuera de sí fumando “porros” derraparon contra la carroza de la funeraria.

El cadáver estaba intacto con su camisa blanca, corbata roja y traje gris pardo de rayas blancas.

Pero en la cara del muerto se notaba una ligera sonrisa irónica al lado de la baba que le salía por la boca.

Luigi Chiesa