
Una niña pordiosera pide limosna en una calle sucia. Otro niño menos niño, la observa, se devuelve a casa y regresa con una moneda. Se la entrega.
Un viejo que dormía, escapa del asilo para ir al entierro de su hermano más viejo. Saca sus ahorros escondidos. Un taxi lo lleva al aeropuerto.
Ya en el avión “Caravelle”, se deja mimar por la linda azafata que lo conduce a su silla con ventanilla. La tercera, un hombre la ocupa y en el medio una atractiva mujer, que de inmediato decide dormir cubriendo su cuerpo con dos cobijas del avión y se coloca un tapa-ojos. El hombre hace lo mismo.
Cuando su mirada acariciaba el cabello de su compañera de silla, asombrado descubre que la mano del hombre debajo de la cobija llega a territorio de ella, quien no protesta y resuelve seguir haciéndose la dormida…
Sorprendido, se mimetiza cubriéndose y como ellos, finge que duerme. Por entre sus semicerradas pestañas se esconde un ”voyerista” y observa el lento recorrido de unos dedos de yemas tan sensibles que conquistan cada poro de piel engranujada, camino a su sexo… llegan se deslizan y se adentran debajo de su deliciosa ropa íntima, hacia el encuentro húmedo de su vulva.
El viejo tan cerca, oye el corazón de ella que retumba como salvaje potranca, ve su boca entreabierta que asoma la punta de su lengua, arquea arriba su pelvis, llega al clímax… exhala un profundo gemido y atrapa la mano que ha llegado a su destino, para que no escape. Con la otra, adivina y alcanza el gigantesco falo debajo de las otras cobijas.
Luego, impera un profundo silencio. Todos duermen. El viejo sueña contando sus viejas monedas y comprueba una vez más que están completas con excepción de una vieja ya extraviada hace casi un siglo.
Olmo Guillermo Liévano
