Un poema de «El invierno a deshoras» de Valeria Correa Fiz

Valeria Correa Fiz a quien los lectores de esta pagina conocen bien por sus apreciadas columnas, ha publicado recientemente “El invierno a deshoras” (XI Premio Internacional de Poesía “Claudio Rodriguez», Editorial Hiperión 2017).
Su libro de relatos “La condición animal» (Páginas de Espuma, 2016) nos asombró, nos emocionó, encantó a todo el público por su fuerza, su despiadado análisis de la animalidad que sigue presidiendo el alma humana pero, en mi opinión, también por la expresión poética, que está siempre presente y es casi protagonista de la acción.
Sin duda, la autora de este maravilloso poemario es la misma Valeria que sigue sorprendiéndonos como poeta, lo que creo forma parte de su naturaleza, pero la narrativa aquí también se asoma y nos lleva a lo más profundo de las relaciones humanas.

 Jean Claude Fonder

EGON SCHIELE A SU HERMANA GERTI,
EN UN HOTEL EN TRIESTE, 1906

A Maria Chiara y Maddalena Antonini

Recuérdate, Hermana,
cómo eres,
cómo estás ahora
(blanca y tersa, igual que en mis sueños)
no en el fuego mas al inicio,
antes de la combustión que lo alimenta.
No es nuestra la culpa
sino del cielo y de sus ángeles,
severos pero inútiles halcones,
que no han sabido detener
ni derribar lo que el mundo llama
mi monstruosa incontinencia.

Todos mis pasos hacia tu carne
tienen la cadencia del artista
extraviado que soy
y el ritmo
enloquecido de saber que daré
con tus muslos en llamas.

Soy la huella de un animal desbocado y sus cadenas,
la baba de los belfos, el gusto a ceniza en tus labios.
Mi espada transparente te atraviesa, Hermana
(tu cuerpo adolescente, tus brazos de humo)
y te bendice.
Mis palabras apenas son humanas.

No quiero verte llorar en tus pensamientos ni en los ojos:
que sepas que nunca he tocado nada
de lo que en verdad tú eres.
Nadie toca jamás a nadie, no temas,
la carne es falsa esencia y por eso pintaré los cuerpos
desnudos, en marrón y descompuestos, retorcidos, en extrañas posturas complicadas:
la carne
(niebla, pozo oculto, muerto que avanza)
es un espejo que no importa, Hermana,
manifestación física,
un medio (¿un miedo?) de otra cosa,
que este mundo agosta y hace miserable.

Pero tú y yo, aquí
(los lobos, los signos, lo punzante de todas las miradas puertas afuera de este cuarto),
mientras oímos el ruido del mar, las cortinas que se mecen,
tu respiración junto a la mía,
inmóviles como los muertos
estamos
a salvo del mundo de los vivos.


Jean Claude Fonder