Il Salone del Mobile

¿Qué significa para mí la Feria del Mueble? Que mi ciudad natal, por una semana entera, se llene de extranjeros, en su mayoría diseñadores extravagantes y el metro siempre esté lleno de gente, que no cabe ni una aguja y que se me haga difícil regresar a la casa. Sin embargo también hay una nota positiva: intentar ayudarlos a ubicarse en las intricadas callejuelas de Milán y hacerlo en su idioma materno.

Por ejemplo, caminar tranquila rumbo a la universidad, toparse con una pareja de ancianos australianos que están desesperados buscando los servicios y entablar una pequeña conversación con ellos acerca de los viajes, de un país tan lejano como el donde han nacido ellos, acerca de su hijo que vive en Toronto y las cataratas del Niagara.

Intentar seguir el camino y que te interrumpa otra pareja, ya que te escuchó hablar en un “perfecto” inglés canadiense, intuir que son hispanos, preguntarles de donde son y, a su respuesta “¡México”! comenzar a hablarles en español. Esta vez la inquietud es acerca de de una zona de la ciudad (que ellos previamente saben que queda ahí cerquita) donde se come bien y hay unas callecitas minúsculas llenas de restaurantes.  La respuesta es ¡Brera! y darles instrucciones acerca de cómo llegar hasta ahí.

La conversación está a punto de terminar cuando les digo que no son mexicanos (por el acento es evidente que son del Cono Sur) y su respuesta es que tengo la razón: son uruguayos, aunque lleven muchos años viviendo en México y sí, les confirmo que tienen un ligero tonito de Cantinflas.

El sombrero de Carito

LOS PROSTÍBULOS DE ITAGÜÍ

Isabel Luna Coutin

Para Alejandro Pineda Rincón

Me acuerdo de la primera vez que coincidimos, a finales de 2012, cuando yo estaba de intercambio en Colombia; tomaba un tintico con Isabel en el bloque 12 de la Universidad de Antioquia y ella nos presentó. No bien te enteraste de que soy italiana (si mal no recuerdo) casi se te alumbraron los ojos hablándome de una de tus grandes pasiones: el ciclismo y, por ende, el Giro d’Italia, durante el cual todos los años, puedes admirar los maravillosos paisajes que tiene mi país mientras los ciclistas pedalean a lo largo de la península. También me hiciste un comentario sobre algún escritor italiano que te gusta (¿Gesualdo Bufalino?), pero de esto no estoy segura.

Según pasaba el tiempo, adquirimos más confianza y nuestras conversaciones variaban muchísimo de temas; siempre nos reíamos a carcajadas, podíamos comenzar hablando de mi «extraña» admiración hacia Jaime Bayly, que tú no compartes y terminar platicando acerca de los salseros de los años 70, que los dos admiramos.

Podría seguir contando un sinfín de anécdotas que han pasado a lo largo de estos años de amistad. Sin embargo, algo que me ha dolido muchísimo es que llamases gomela, sin meterte ni una sola vez en mis zapatos de niña milanesa, acomodada, que lo ha tenido todo en su país. Si decidí viajar en repetidas ocasiones a Colombia, así como a Perú y a Argentina, es porque quería empaparme de la realidad latinoamericana y estaba hastiada de conocer el continente solo a través de mis lecturas, de películas de historias de amigos de todas las naciones.

En mi tercer viaje a Medellín volvía a pedirte que saliéramos juntos para conocer Itagüí y que me enseñaras el pueblo. Hasta que accediste una noche a dar un paseo por sus calles. El recorrido comenzó en una avenida que tiene a la derecha la Minorista de Itagüí, lugar que bien conoces por razones de trabajo. Comenzaste a contarme cómo era de día, ya que, a altas horas de la noche estaba todo cerrado y y solo de divisaban los diferentes pabellones, algún que otro gatito por ahí y los guardias de seguridad del lugar. A la izquierda, en cambio, eran puros hoteles de paso y de unos de esos moteles salió una pareja. Subieron a una moto y se fueron; ahí comenzaste a empelicularte inventándote toda una posible historia entre los dos amantes clandestinos. Si mal no recuerdo, ambos estaban casados y él la estaba llevado de regreso a su casa, después de haber pasado un buen rato con su querido, al fin y al cabo, los hoteles de paso para eso sirven: para esconderse de la pareja oficial y enredarse entre sábanas prohibidas.

Al terminar la calle volteamos y nos topamos con una avenida más grande que la anterior, llena de prostíbulos, donde había hombres jugando a dominó o a las cartas, bebiendo alcohol, esperando a su prostituta favorita. Comencé a tener miedo y a sentirme incómoda, pues era como una gallina en corral ajeno, tú trataste de tranquilizarme; me aseguraste que no me iba a pasar nada, pero creo que de poco sirvieron tus palabras. Era evidente que los hombres a nuestro alrededor no tenían ningún interés en mí, ya tenían a sus chicas favoritas en pelotas que los esperaban con las piernas abiertas. En cambio yo vestía normal, sin maquillaje, trataba de pasar desapercibida. Creo que no lo conseguí.

Han pasado unos cuantos años desde ese episodio y solo me causa gracia la situación en la cual estábamos. Para tratar de romper el hielo y calmar mis nervios creo que hasta me invitaste a un buñuelo recién salido de la freidora, que yo comí con muchas ganas, pero sin los resultados que esperabas.

La lección que creo haber aprendido es que yo sí quería conocer Itagüí, pero no imaginaba el destino de nuestro recorrido. Creo que tus intenciones eran que yo conociera la «verdadera» Colombia, cosa que nunca me hubiera pasado sin ese susto.

El sombrero de Carito

La massaia salentina

A la memoria de Carolina Triuzzi

La massaia salentina es o más bien era, una mujer campesina y ama de casa típica de algunas zonas del sur de Italia, en particular Salento, zona árida, de trabajadores y bañada sea por el Mar Jonio que el Mar Adriático.

Si paseamos hoy en día por estos lugares encontramos un sinfín de cerámicas que las retratan: es una mujer de baja estatura, gorda y que tiene caderas pronunciadas por la cantidad de hijos que daba a luz o perdía en sus múltiples embarazos que a menudo ni llegaban al término.

En las actuales cerámicas siempre lleva puesto un delantal ya que uno de sus principales que haceres consistía en cocinar: hornear pan, amasar orecchiette y preparar otros deliciosos manjares. A veces hasta se le representa con herramientas culinarias tales como la spianatoia o el mattarello.

Otras actividades que les llamaba mucho la atención es el crochet o el bordado a mano, así que los ceramistas se esmeran para que estos elementos luzcan en las pequeñas estatuillas que tanto les venden a los turistas, itálicos y sobre todo extranjeros.

El sombrero de Carito