El Árbol

Lo recuerdo frondoso, agreste, impenetrable. Una hiedra se enroscaba en su tronco como el implemento de una mujer coqueta. Fue el álamo de mi infancia, el compañero tras el que me escondía jugando al lobo con las compañeras de colegio, el cobijo en los días de lluvia o de sol justiciero, el testigo de nuestras correrías por el jardín persiguiendo a César y a Gatusmisfiu. Fue el apoyo para mi cabeza cuando Javier me besó aquella primera vez. Es el árbol que se ve en las fotos de boda de mi hermana Marina y bajo cuya sombra celebramos y lloramos también. No solo nos observaba desde la altura de su follaje, creo que se hacía uno con la familia y respiraba nuestras tragedias y alegrías… Mamá terminó podándolo. Se enfermó y no pudimos salvarlo.

¿O acaso era un plátano? ¿Importa lo que fue cuando ya no es? 


Sylvia Navone

La luz y yo

Yo: soy de oro y mil colores y reflejo la luz por cada una de mis aristas como el brillante más puro de la tierra. Porque si la vida quiso que mis vértices se volvieran romos, no permitió que la luz me abandonara, sino que la multiplicó para que yo siguiera entregándola.

La luz: soy el rayo que no cesa, el alma de las cosas. Todo eso soy y más aún, pues contigo comienzo el día y contigo lo acabo también, sólo que tú terminas cayendo en un sueño profundo que he aprendido a recoger como he recogido tus pasos, tus penas y alegrías para que no olvides que existo. Así sabrás recuperar el camino andado.

Yo: soy la cosecha tardía de una vida. No soy el Tempranillo de las viñas sino una uva moscatel calentada por un sol de otoño que da su mejor fruto, como una ofrenda postrera a la vida que fue y es. Soy mejor que los caldos exquisitos, mejor que los barriles de roble en los que han envejecido.

La luz: soy principio y fin, todo y nada, el alfa y el omega. Porque soy y no soy al mismo tiempo. Nací en los orígenes inmemoriales de la tierra y con ella fui una. Misterio de lo visible y lo invisible, soy la presencia que te envuelve y el vacío que sientes cuando, como la pluma, te dejas arrastrar por las tolvaneras de la vida. Pues soy gota y océano a la vez. 


Sylvia Navone