Se subió al tranvia

— ¡Síguelo! ¡Síguelo!, —dijo ella en un grito desesperado de dolor y rabia a la salida de la estación de trenes llena de gente, que la miraba sin detener su paso, apresurados por llegar al trabajo, poco después de las 08.00 de la mañana.

Él, que más adelante buscaba un lugar tranquilo para apoyar las maletas y tomar desayuno, no entendía nada, no sabía qué estaba sucediendo… ¿a quién debía seguir? ¿Por qué su mujer gritaba? Ella, para entonces había abandonado las maletas y estaba desesperada en medio de la multitud como si le quedaran segundos de vida a ella y al mundo. 

—¡Deténganlo! ¡Por favor, deténganlo!

El joven sube al tranvía que en ese momento pasaba, enfilándose disimuladamente entre los pasajeros mete la cartera de la mujer dentro de una liviana bolsa oscura. Sentado algo tembloroso, esconde sus ojos detrás de los vidrios, convencido de que nadie lo nota.

— ¡Paren el Tram!! —fue el último de sus gritos, antes de aterrizar en el pavimento con su cara, solo entonces los curiosos se detuvieron y la rodearon, mientras su marido miraba la escena como quien mira un film desde el diván de su casa.

— ¡Una ambulancia!! ¡Una ambulancia!! —repetían las voces mientras permanecía detenida la fornida máquina, de igual forma que en otros horarios del día se escuchaba la música, con melodías que variados artistas ofrecían a cambio de monedas de euro de regalo.

— Bájate, —le dijo un anciano con voz de mando y continuaron uno a uno a insultarlo… al muchacho no le queda otra alternativa que bajar del tram y caminando en frente de las acusadoras miradas devuelve la cartera a la señora. No importa la cartera dijo ella, cuando desde el tranvía comenzaron los disparos.

Pamela Ortega