La rueda

Después de años de ausencia vuelvo a visitar el pueblo donde vivieron mis abuelos maternos. Todo parece igual. Decido bajar hacia el pequeño río que separa el pueblo en dos partes. Desde que era niña, me fascinaba observar cómo el agua corría, arrastrando hojas y ramas, mientras el sol se reflejaba en su superficie. Allí está el viejo molino cubierto de hiedra y olvidado por el tiempo. La rueda de madera de roble, desgastada pero igualmente maravillosa, parece esperar a que alguien la despierte de su letargo. Sin pensarlo dos veces, decido acercarme.

Al tocar la rueda, siento una corriente de energía recorrerme y, de repente, me encuentro dentro de este mecanismo, que empieza a girar. Cada giro de la rueda me lleva a un viaje a través de un mundo pasado: el sonido de la molienda, el aroma del grano fresco y las risas de los campesinos que venían a moler su cosecha.

Además, a medida que la rueda gira, puedo ver el paisaje cambiar. Las estaciones pasan ante mis ojos: la primavera con sus flores empezando a brotar como la infancia, el verano dorado como la juventud llena de pasión y sueños, el otoño con sus hojas crujientes como la edad adulta donde se enfrentan responsabilidades y decisiones y el invierno cubierto de nieve, como la vejez de pelo blanco, con su sabiduría y reflexión. Pero también percibo la tristeza del molino que ha sido olvidado, y con él, las historias de aquellos que alguna vez lo habitaron. Cada vuelta me trae también recuerdos de mi pasado con momentos de euforia y otros de incertidumbre y fracasos.

La rueda segue girando y parece hablarme diciéndome: “Aprecia cada etapa, aprende de ella y, sobre todo, nunca dejes de soñar. Al final, lo que importa no es cuántas vueltas has dado, sino cómo has vivido cada una de ellas”. Entonces mi vida era como esa rueda, a veces giraba hacia arriba, a veces hacia abajo, y cuando perdí a un ser querido fue como si la rueda se atascara en un lugar obscuro, y el dolor me hizo sentir que jamás podría volver a girar. Pero, con el tiempo, aprendí que esas detenciones son parte del viaje. La tristeza se transformó en recuerdos, que siguen acompañándome, y la rueda comenzó a girar de nuevo, aunque de manera un poco diferente. Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, sentí que mi tiempo dentro de la rueda del molino llegaba a su fin. Hoy, miro hacia atrás y veo que cada vuelta de esa rueda ha sido valiosa, y que mi rueda seguirá girando, llevándome hacia nuevas aventuras y aprendizajes en un viaje continuo. En este momento estoy lista para seguir girando.


Raffaella Bolletti