Amarillo sin límites

Dicen que en la ciudad de M. vivía una pintora llamada GBZ, olvidada por todos. Una noche pintó sin pensar, derramando amarillos como luz, azules como ríos, un rojo escondido y un verde secreto en la esquina.

Creyó que era un desahogo inútil, pero, sin embargo, por casualidad, el cuadro llamó la atención de un funcionario de la provincia de S., una ciudad importante, quien lo vio en el pequeño taller de la artista. Intrigado por la fuerza de la imagen, propuso exhibirlo en la Sala de la Provincia.

El día de la inauguración, GBZ llegó con el corazón encogido. Imaginaba que la gente se burlaría de aquel amarillo desmesurado. Pero ocurrió algo inesperado: el público se quedó en silencio frente a la obra. Algunos vieron en el lienzo un símbolo de esperanza; otros, la representación de un renacer tras la oscuridad. Incluso hubo quienes lo interpretaron como una metáfora de la vida misma, con sus luces y sus sombras.

Allí, ella comprendió entonces que lo que antes le parecía un fracaso era solo el preludio de esa claridad que por fin brillaba para ella.


Graziella Boffini