Algo malo

Algo malo sucede en la ciudad. Apenas se ha rebasado este caluroso mes de julio y ya han desaparecido dos niños. El verano anterior fueron cuatro, todos en edad inferior a los cinco años y de ninguno de ellos, a pesar de haberse vuelto la ciudad del revés, ha habido noticias. Por parte de los desesperados padres se han organizado patrullas nocturnas y fueron precisamente éstos los que en días pasados encontraron a un crio deambulando solo por las calles. Al preguntarle a donde iba, con voz tranquila respondió que a jugar. Era poco más de las dos de la madrugada.


Esto último ocurrió el miércoles pasado, y hoy estamos ya en la medianoche del viernes. Desde hace un buen rato los últimos visitantes terminaron de abandonar el pequeño parque que, justo en este momento, está cerrando sus puertas. A pesar de no hacer nada de viento (apenas sopla una ligera brisa), en la zona infantil, ya huérfana de las risas de los niños, en un rincón que todavía permanece iluminado por la tenue luz de una vieja farola, sin que exista una causa aparente, un columpio ajeno a la soledad que le rodea continúa su balanceo con ritmo regular y constante.


Por encima de la arboleda, al otro lado de la calle, despunta un coqueto edificio de ladrillos rojos desde donde, encaramado sobre un taburete, un niño de apenas seis años, con la curiosidad propia de la edad, observa a través de los cristales de una de las ventanas el cautivador vaivén. Lo que más le llama la atención es una extraña forma, obscura y alargada, que parece jugar con el columpio. Pudiera ser una mujer, que cubre su escaso cabello con un velo y su esquelético cuerpo con un grueso abrigo. En un momento dado, levanta la cabeza y clava su vidriosa mirada en la del niño. Sus finos labios se estiran en lo que intenta ser una sonrisa amistosa y con un leve gesto lo invita ¿Quieres jugar conmigo?


El niño la mira como hipnotizado y duda. ¿Tendrá, además, caramelos?


Mientras, los padres descansan tranquilos ajenos a las correrías nocturnas del pequeño al que seguramente suponen dormido.


Presa de la curiosidad, el chico se baja del taburete dispuesto a comenzar otra aventura. Y justo cuando sus dedos están casi rozando el frío pomo de la puerta, una cálida mano se posa con amor sobre la suya, cierra con la llave que a continuación se guarda en el bolsillo y lo regresa a la cama.
Al menos por hoy esta familia tendrá una noche tranquila. Afuera, el columpio ha parado por el momento su inquietante balanceo.


Sergio Ruiz Afonso.