
Paul Fischer (1786 – 1875)
—Abuelo, ¿por qué refunfuñas?
El anciano, vestido con un chándal lleno de marcas deportivas, mira la reproducción de un cuadro de Paul Gustav Fisher y, rojo de ira, se lanza a una diatriba inflamada:
— ¿Cómo quieren que me inspire? muy bonito, sí, pero ese mundo ya no existe. Tranvías similares todavía funcionan, cuando no se utilizan para hacer una publicidad degradante. ¿Has conocido recientemente a un hombre elegantemente vestido con sombrero de fieltro gris a banda negra y calzado de cuero que lee un periódico y lleva consigo un par de libros o bien una pareja de damas con sombrero estilo años 20 que usan guantes y charlan como si estuvieran en un salón, un ramo de flores odorantes junto a ellas para alegrar el ambiente? Y un controlador, ¿sabes? que amablemente acoge a los viajeros, les informa y comprueba sus billetes. Hay también un hombre que fuma un cigarro, eso no estaba prohibido en aquel entonces.
No, los tranvías de hoy están llenos, apenas puedes moverte, y aunque tienes derecho a sentarte como anciano, a menudo tienes que pedirlo. Por otra parte, no te ven y mucho menos te oyen, están sumergidos en sus celulares, tecleando a toda velocidad o escuchando una música ruidosa, auriculares en los oídos. De elegancia no hay rastro, están vestidos como yo en este momento, hay algunos hombres en trajes, pero con una mochila, o algunas chicas descaradamente desvestidas si vamos de camino a una discoteca el viernes por la noche. El controlador ha sido sustituido por máquinas para timbrar, la mayoría de las veces averiadas, pero en todo caso no se le presta mucha atención. Por el contrario, hay que tener cuidado de que no te roben en una multitud como esta, los profesionales de este deporte son muchos en los medios de transporte actual.
— Hay que adaptarse al momento, dice la joven, vestida también de forma deportiva. —Yo prefiero ir en bicicleta.
—Y yo en coche eléctrico —responde el abuelo que ha recuperado la sonrisa.
- Ya publicado en Alquimia Literaria
Jean Claude Fonder

