Nombre secreto

Cada niño de la tribu tenía un guardián al nacer. No era un ser visible, sino un espíritu animal que lo acompañaría en su camino. Pero el guardián jamás podía ser llamado por su verdadero nombre, pues si un enemigo lo descubría, podría debilitar su espíritu.

Él era diferente a los otros niños. Mientras ellos corrían por el río o aprendían a cazar, él recitaba versos al viento, componía rimas sobre las estrellas y le cantaba a la luna. Las palabras brotaban de él como el agua de los manantiales, sin esfuerzo, sin medida.

Una noche, mientras dormía junto al fuego, sintió un aleteo suave junto a su oído. Abrió los ojos y vio una figura de plumas blancas. Era un búho majestuoso.

—¿Eres mi guardián? —susurró.

El búho respondió:

—Siempre he estado contigo. Soy el guardián de tu voz, de tus palabras. Pero no debes decir mi nombre en voz alta. Si lo haces, perderé mi fuerza para protegerte.

El niño sintió que un poema nacía en su pecho, pero lo guardó en silencio. Desde aquella noche, el búho siempre estuvo cerca: en el aleteo de las hojas, en la sombra que cruzaba la luna, en el murmullo del bosque. Siguió creando versos, sabiendo que cada palabra era un canto sagrado.

Dicen que, después de muchos años, un gran búho blanco aún vuela sobre la aldea, susurrando versos a los niños soñadores, a los que llevan poesía en el alma.

Maria Victoria Santoyo Abril