
Era grande y ancho, su voz era grave, todo en él era impresionante. Cuando hablaba, su tono era definitivo, él decidía. Sin embargo, era amable con todos, nos escuchaba con benevolencia, con su ordenador hacía todo, lo dominaba todo. Él era el Padre.
Mi madre lo adoraba, pero lo criticaba, decía que era un hombre y que, si participaba en las tareas del hogar, siempre encontraba algo malo en lo que hacía. A pesar de estas pequeñas diferencias eran una pareja perfecta, tenían los mismos gustos artísticos, compartían las mismas ideas políticas y todo lo demás; nuestra madre aprobaba y apoyaba las decisiones que él tomaba.
Ella era pequeña y un poco gordita, pero un fular de Hermes atado alrededor del cuello le daba un cierto aire travieso; su sonrisa ancha y sus grandes ojos azules eran irresistibles. Su papel era importante en la casa, ella decidía todo en cuanto a estética, comida y vacaciones. Mi padre, sin embargo, se reservó una prerrogativa: había en medio del salón sobre una mesita una pequeña caja de caoba. Mi madre decía «No lo toques, es el secreto de tu padre». Era extraño porque en la casa no había prohibiciones, ni siquiera para mí, la pequeña. Apenas nací el hogar se formó. Era un matrimonio de tres personas, podríamos decir, tenía mis deberes, aunque tuviera que aprender, se me asignaba un papel que me parecía importante, nos gustaba vivir en una casa ordenada y, bueno, yo tenía que guardar los juguetes, por supuesto, pero también la vajilla, y las cosas de papá.
Poseía, pues, una pequeña caja de caoba colocada sobre la mesita del salón. Estaba cerrada con llave. No se podía abrir. Me moría por saber, era su secreto. El secreto de mi Padre. Mi madre no estaba curiosa, quizás lo sabía. Un día, cuando cumplí 18 años, no pude resistir y le pedí que abriera. Él me miró riendo y giró la llave. Dentro había otra caja, pequeña y de cuero esta vez. Había una pequeña tarjeta de visita, estaba escrito: «para abrir el 21 de agosto de 2025». Calculé que serían sus sesenta años de matrimonio.
Mi madre, por desgracia, murió antes de esa fecha, el 28 de marzo del mismo año. Mi padre, desesperado, rompió el sobre y abrió la caja.Brillaban en la habitación oscura: dos anillos de platino, uno pequeño y otro grande.
La mayoría de los autores que participan en esta revista han colaborado a la creación del libro:
- El bro de Sergio Ruiz
- El secreto de mi padre de Jean Claude Fonder
- El secreto del robot de Patricio Vial
- El secreto de Raffaella Bolletti
- El secreto de Sylvia Navone
- La Carta olvidada de Carolina Margherita
- Los secretos son mentiras de Silvia Zanetto
- Nombre secreto por María Victoria Abril Santoyo
- Nuestro tiempo de Blanca Quesada
- Reto secreto de Graziella Boffini
- ¡¡¡JÚRAMELO!!! de Iris Menegoz


