
Vida Gabor (1937 – 2007)
—¿Cómo estás, amigo? Los años pasan y siempre hace demasiado calor en este estudio.
El hombre, riendo bajo su bigote, levantó el sombrero de copa. Estaba desaliñado, su camisa y su chaleco rojo fuera de los pantalones. Una gran bufanda amarilla rodeaba su cuello desabrochado, y su pajarita desatada. Tenía en la mano una buena botella casi vacía. El disfraz era perfecto, pero si nos acercábamos más se podía observar que llevaba una peluca de hombre calvo prematuramente, el pelo mal cortado y una falsa nariz demasiado roja. Todo ello ocultado por una gran cantidad de polvo de arroz desde el que se asomaba una barba de varios días.
La nieve, por supuesto, había sido proyectada delante de las grandes telas que recreaban un pequeño pueblo nevado y sus personajes inmóviles en el frío helado de una noche de diciembre. Una rampa de proyectores apuntaba sus rayos a nuestro borracho y al muñeco de nieve que saludaba. Este está hecho de cartón-piedra cubierto de nieve, con su escoba, su sombrero y su nariz formada por una zanahoria, parecía mirarlo.
Los destellos de relámpago de las fotos que se sacaban sobre el escenario para crear lo que se convertiría en tarjetas de felicitación. Uno de ellos fue más violento, con luz azul eléctrico. Una estrella muy brillante había aparecido en el cielo azul gris de la escena que pareció animarse desde ese momento.
—Es cierto —respondió el hombre de nieve que empezó a brillar cada vez más.
El borracho vacilaba, oscilaba, amenazando con caer sobre él. Un niño que había abandonado el trineo que su padre tiraba corrió hacia ellos y gritó:
—Apague esos focos, hay que protegerlo con esteras y añadir nieve, ¡se ve bien que se está derritiendo!
- Ya publicado en Alquimia Literaria
Jean Claude Fonder

