
Es un martes cualquiera, un mes cualquiera, ya no importa. Juliana pasea por esa avenida que solía recorrer cada día, con su amiga Carmen. Las dos evitaban coger el transporte público o el coche e iban de camino al trabajo. Todos los días pasaban por una avenida muy transitada que conducía desde los barrios periféricos hasta el centro de la ciudad. Con el paso de los años, motos, ciclomotores y bicicletas se fueron sumando al tráfico de automóviles. También pasaba un autobús. En los últimos años, muchos patinetes eléctricos habían empezado a transitar por la misma carretera. Las amigas se dieron cuenta de que pocos conductores respetaban las normas del código de circulación, los límites de velocidad y el sentido común… Parecía una pista de carreras; las bicicletas y los patinetes zumbando a un lado y a otro como locos, a menudo incluso pisando la acera. Una mañana al cruzar la calle con el semáforo en verde Carmen fue atropellada por un patinete que iba a toda velocidad y no la había visto. Mientras Carmen estaba en el suelo en la carretera, un coche que no había respetado las señales del semáforo, también la atropelló. Carmen murió en la UCI donde la ambulancia de la Cruz Roja la había llevado. Juliana, siguió andando y transitando por la misma calle por la que solían caminar. Otras personas fueron atropelladas en aquella carretera. Juliana ya no trabaja, se ha jubilado, pero sigue dando paseos por la misma calle que desde unos meses se ha convertido en una zona peatonal, y que cuenta con dos filas de farolas, dos hileras de árboles, y algunos bancos. Hace unos cuantos días, al cruzar la avenida, esa, por la que suele caminar, le parece oír lamentos, palabras como si alguien hablara en un susurro, o estuviera llorando. ¡Qué raro! a esa hora de la mañana no pasaba casi nadie por allí. En ese momento no había ni una persona delante ni detrás de ella. Estaba sola, y era extraño que siguiera oyendo gemidos y susurros, como si alguien quisiera que se detuviera a pensar.
Ese día decidió pararse un rato y escuchar mejor. Nadie a su alrededor. De pronto una voz le dijo: <Mira atentamente en medio de la avenida, ¿no ves nada? Estamos aquí.> Juliana se detuvo en seco, un poco asustada y fue entonces cuando los vio. Unos esqueletos lloraban y se desesperaban alrededor de otro esqueleto que parecía estar dentro de una especie de tumba. <Presta un poco de atención, ahora te explicaremos quiénes somos y por qué estamos aquí>, dijo uno de ellos. <Soy tu amiga Carmen. Los esqueletos que ves a mi lado son los de los que fueron atropellados. El que está en la tumba es el esqueleto de la última víctima. Acabamos de recuperarlo y lo ponemos aquí. Rezamos, lloramos, nos apenamos. Juliana, ya lo sé, no hay regreso, me consuela tu persistente dolor, no te has olvidado de mí. Me doy cuenta de que todo sigue igual que antes. Cuantos cadáveres, llegan, pasan, se reducen a polvo, pero recuerda que no somos sombras desvanecidas, nuestro mundo continúa aquí bajo tierra.> Juliana se levantó aturdida, quería decir algo, pero todo había desaparecido ya de su vista. Quién sabe, tal vez había sido una alucinación, motivada por su dolor…

