
En el etéreo océano de mis pensamientos, soy un vagabundo errante que navega por islas de ensueño. Cada isla es un refugio, un rincón donde la amigable brisa del mar me acaricia la piel y el murmullo de las olas me susurra secretos olvidados. Mis islas, son esas memorias que atesoro; un mágico rincón donde el tiempo no se mide en horas, sino en instantes.
En unas, el sol resplandece sobre la arena dorada mientras las gaviotas dibujan surcos en el cielo; los días se deslizan suavemente, y la simplicidad de la vida se mezcla con el sabor de la fruta fresca y el aroma de la tierra húmeda. En otras, la vegetación exuberante esconde historias antiguas, ecos de civilizaciones pasadas que aún reverberan en el viento.
Soy un vagabundo sin rumbo fijo y soy poseedor de un corazón lleno de anhelos. Cada isla me descubre algo nuevo: la fortaleza de la soledad, la belleza de la introspección, la alegría de poder disfrutar de lo efímero… Y aunque a veces, en este mar inmenso, me sienta como perdido, estoy convencido de que la realidad es que cada paso me acerca un poco más a la comprensión de la importancia de lo insignificante.
Cada atardecer, fijo la mirada en el horizonte y agradezco las islas que habito, pues en su esencia encuentro la libertad de ser quien realmente soy: un vagabundo, un soñador que navega por el mar infinito de su propia existencia.

