El pintor de las ventanas

La Ventana
AZhivotkov Vladimir Vladimirovich (1970)

Le gustaba pintar ventanas, eran como un libro que le permitía evadirse.

Uno de sus primeros cuadros, un gran dibujo en blanco y negro, muestra a una joven vista desde atrás que observa desde un gran ventanal un campo de jóvenes árboles que se extiende ante la masa oscura de altas y opresivas construcciones industriales. Por supuesto, en la Rusia de Brezhnev, como en la de Stalin, los temas debían ser realistas y evocar el mundo del trabajo. Pero eso no le impedía soñar, su imaginación se escapaba con la de la joven.

Con el tiempo los súbditos se iluminan, un baile, unos pescadores que extienden sus redes junto a sus barcas que se tambalean sobre el río, el color aparece, algunas manchas primero y luego todo el cuadro será pintado con óleo, y por supuesto, las ventanas que nos hacen ver el mundo o cada vez más nos hacen soñarlo.

Con frecuencia algún objeto, frutas, una taza de café, un jarrón, flores, ramos de todo tipo, delante de una ventana le permitían evocar las escenas más diversas. Un camino que penetra en el bosque misterioso, el mar que se abre al mundo, hojas que vuelan arrastradas por la tormenta que se avecina.

Aquella mañana, el aire era azul, el cielo ampliamente despejado con esta frescura que, en la montaña después de la tormenta, nos abre el corazón, nos carga de energía. Esa mañana había recogido un hermoso ramo de flores azules y algunas margaritas inmaculadas. La montaña todavía manchada de un poco de nieve se miraba índigo a través de una pequeña cortina transparente que había añadido en la parte superior de la ventana. Terminó el cuadro entusiasmado, lo llamaría La ventana azul. Un azul que le recordaba esa Europa libre que se creaba a las puertas de ese telón de acero que comenzaba a agrietarse poco a poco. Empezó a tararear suavemente y luego más y más fuerte el Himno a la Alegría.


Jean Claude Fonder