
William Logsdail (1859 – 1944)
El edificio, de ladrillo, está viejo y ennegrecido por el humo del puerto, el pavimento desmantelado del patio está invadido por las hierbas, el antiguo lavadero está cubierto de moho, pero el ambiente es alegre, las mujeres jóvenes en zuecos cantan y charlan trabajando. Lavan alegremente los platos y secan la ropa en cualquier lugar. Las plantas con flores obstruyen el espacio con sus hojas y sus brotes nacientes, un hermoso árbol emerge sobre el muro, los rayos de color gris azul de un cielo donde los blancos cúmulos se amontonan ampliamente. Dos palomas revolotean antes de aterrizar en este lugar donde la vida abunda, una anciana frente a la puerta sentada con el libro abierto en su regazo enseña a leer a una niña que ha dejado su juguete tirado en una esquina.
—¿Cuánto falta para llegar? —pregunta la joven Baronesa, completamente vestida de rosa, con una bufanda azul pálido enlazado alrededor de su cuello por un broche de camafeo y que vuela detrás de ella con el viento. También debe sujetar con la mano un canotier que cubre su moño posado gallardamente sobre su sonrisa juguetona.
Su compañera de traje rojo con falda larga, un melón bien plantado en su cabeza conduce rápidamente un pequeño cabriolé que petardea en los nuevos bulevares de la ciudad.
Nos acercamos, —responde —el hospicio no está lejos. ¿Tienes dinero contigo?
—Por supuesto, mi padre me dio el dinero del mes, y sabes que antes de ir de compras y grandes almacenes, me gusta pasar por el hospicio y darles algo. Hay que hacer caridad, ¿no?
- Ya publicado en Alquimia Literaria
Jean Claude Fonder

