
PETER PAUL RUBENS (1577 – 1640)
El jardín del amor me parece un título muy travieso, dijo Hélène, emitiendo una pequeña risa cristalina.
-¿Tengo que estar celosa, amigo mío?
Estaba sentada vestida con un flamante vestido de seda amarilla en el centro de la habitación. Su sillón estaba cubierto con una capa azul oscuro que dejaba al descubierto su opulento pecho. En su escote, una simple fila de perlas, con la cabeza ligeramente inclinada, sus rubios cabellos levantados en dos mechones a los lados, echaba una mirada pegadiza al pintor que la observaba.
-Cuando me hablan del jardín de amor, pienso inmediatamente en el jardín de Afrodita y Astarté, cerca de Alejandría. Uno no lleva a su mujer a este tipo de lupanar, Pierre Paul.
Había mirado bien el cuadro que habían preparado los jóvenes pintores del taller que ayudaban al maestro. Un marco de gran tamaño, un palacio faraónico y un jardín para crear una escena idílica y galante. En la parte inferior izquierda del cuadro una fila de árboles corre hacia el horizonte donde un cielo azul bañado por una suave luz que ilumina las nubes instala la profundidad del cuadro en una perspectiva rigorista. En segundo plano, algunas parejas se besan apasionadamente en una gruta rústica decorada con estatuas, decoración típica de los ricos jardines italianos. El primer plano fue tarea de Rubens. La había puesto en diferentes posiciones, siempre ricamente vestida con una orgía de sedas vivas y colores vibrantes.
-Acabamos de casarnos y aceptas un encargo que exalta la lujuria y la fornicación, —insinuó con una sonrisa traviesa.
El pintor no se resistió, la invitó a reunirse con él.
Helena se precipitó y aferrándolo tiernamente descubrió un cuadro maravilloso en el que estaba representada numerosas veces, bailando con su marido o en una pose que la invitaba a unirse a ella sin equívocos. La escena estaba festoneada de putti rosos y regordetos. Los amores alados giran llevando los símbolos del amor conyugal; las fuentes, la de las tres gracias y la de Venus montando un delfín, aludían al amor fecundo.
Ella se volvió hacia él y lo devoró con un largo beso interminable.
- Ya publicado en Alquimia Literaria
Jean Claude Fonder

