En el tranvia

Cuando salgo de casa, ya está en la parada. Acelero el paso para no perderlo. Es un modelo muy reciente, se parece a los viejos “jumbos” de color naranja, enormes y macizos. Éste es más fino, más esbelto y de color beige y amarillo, pero todavía hay que subir a bordo. Lamentablemente los tranvías de piso bajo, en Milán, son mal concebidos. Son más fáciles para los mayores, pero la gente prefiere la madera de las banquetas en los antiguos tranvías que deambulan nostálgicamente. Son cada vez más numerosos en la ciudad.

Por suerte, y aunque estemos todavía en hora punta, encuentro un asiento y tomo mi móvil. El trayecto, creo, será largo. Miro a mi alrededor y veo que no soy el único. Casi todo el mundo tiene un smarphone en mano. Uno habla sin pudor al teléfono, otros escuchan la música manifiestamente rítmica. Algunos, chicas sobre todo, chatean febrilmente con dos manos, muchos, los hombres esta vez, se ensañan con juegos tristemente banales. Otros hacen desfilar las entradas de las indispensables redes sociales. Yo leo.

¿Qué hacían antes? La misma cosa por supuesto, el móvil existe desde hace mucho tiempo, los lectores de casete o de CD también. No faltaban los periódicos, gratis o no, los hombres subyugados por el fútbol, las mujeres por los cotilleos. Algunos, sobre todo las mujeres, a pesar del estorbo leían un libro, por otra parte hoy, lo hacen todavía. Además, desde siempre hablan, y hoy lo hacen enseñándose algo en el móvil. 

Desde siempre un salón  animado que recorre alegremente la ciudad.

En el metro van a asfixiarse, en el autobús corren el peligro de estirar la pata. 

¡Tomemos el tiempo, tomemos el tranvía!

Jean Claude Fonder